martes, 14 de abril de 2020

¿Cómo funciona la mente confinada? 2. Agresión desplazada

¿Cómo funciona la mente confinada?
2. Agresión desplazada.
El cerebro no es una máquina perfecta. Como dijo un biólogo, la evolución, que es responsable de su diseño, no es un ingeniero sino más bien un chatarrero. Recicla pedazos que han servido a unos seres vivos y los ensambla para desarrollar otros. Por ejemplo el sexo, que sirve en algunas especies exclusivamente para la reproducción, en nosotros está reciclado para varios fines además del básico reproductivo; cohesión social, formación de vínculos, reducción del estrés…También la agresión (física, verbal o de cualquier tipo) sirve para varios fines además del básico, que es la defensa. Entre ellos, curiosamente, está también la reducción del estrés (y no es el único aspecto en común con el sexo, aunque ese es otro tema). La agresión reduce enormemente el estrés generado por cualquier ataque o frustración, ya que implica hormonas muy semejantes a las que se activan en cualquier deporte de esfuerzo. Los problemas empiezan cuando no podemos dirigir la agresión contra la causa de nuestra frustración; esto puede ocurrir por varias razones: porque quien nos ha provocado es más fuerte que nosotros y agredirlo significaría más estrés del que podría aliviarnos; porque la fuente de la frustración sea intangible (una enfermedad o una epidemia, dolor, hambre…); por miedo a represalias o a la desaprobación social. En estos casos, que son una buena parte de las situaciones frustrantes o estresantes, la mayoría de los mamíferos recurrimos a la agresión desplazada: agredir a un individuo u objeto que no causó la frustración. El haber heredado este cruel mecanismo evolutivo es causa de mucho sufrimiento.
La forma más frecuente es la agresión desplazada desencadenada: alguien lo bastante débil como para no poder responder a una agresión nuestra, nos provoca una pequeña frustración que desencadena la rabia que hemos acumulado por agresiones mayores provocadas por otras personas o circunstancias y a las que no hemos podido responder. Un ejemplo clásico en la vida cotidiana es lo que los investigadores de estos temas llaman “road rage” o cabreo al volante. Conducir puede ser muy estresante y las causas son muy complejas (aunque la principal de ellas es muy simple: que todos queremos tener coche). Basta que alguien cometa algún pequeño error conduciendo que nos afecte lo más mínimo, para que se convierta en blanco perfecto de toda nuestra rabia. Por cierto, puntuaciones altas en “road rage” se considera que predicen de forma bastante certera quién es más propenso a la agresión desplazada.
Se sabía desde los principios de la Psicología que el confinamiento aumenta la agresividad, bastaba con observar lo que ocurría con los pobres ratoncitos blancos utilizados en los primeros experimentos y hacinados en jaulas. Pero hasta hace relativamente poco tiempo no se han empezado a observar los efectos dramáticos de la agresión desplazada y su universalidad. Una de sus leyes es que siempre va hacia abajo. El macho Alfa muerde al Beta, este muerde a una hembra, esta a una cría (sobre todo si no es suya) y la cría muerde a otra más pequeña, que no puede morder a nadie, solo a sí misma. Así se disipa la frustración en un grupo.
Por esta ley, el blanco prioritario de este tipo de agresión desplazada son los niños, porque cumplen todos los requisitos: no pueden devolver la agresión, no tienen escapatoria y con frecuencia son desencadenantes de pequeñas frustraciones porque, por su propia naturaleza, molestan: gritan, corren y rompen cosas (otro fallo de diseño, la evolución no contó con que los niños crecerían en pisos). El segundo blanco prioritario son las mujeres; aunque la violencia machista tiene además otras causas, el desplazamiento de la agresión es determinante ya que para muchos hombres es la forma preferente de gestionar su frustración.
Lo único que diferencia la agresión desplazada de los humanos de la de otras especies, sobre todo de otros primates, es que los humanos tenemos un sesgo de coherencia. Nuestro cerebro tolera mal la incoherencia y las disonancias. Necesitamos creer que nuestro comportamiento es coherente, es decir, que está justificado. Si me toca pagar impuestos y busco una forma de no hacerlo, lo justificaré diciendo algo como: ”total, para que se lo lleven unos cuantos políticos corruptos…”, razonamiento que olvidaré inmediatamente cuando lo que me toque sea beneficiarme de los impuestos que han pagado los otros. Todavía no he conocido a nadie que explique su conducta diciendo “es que a veces soy así de egoísta” o “es que a veces soy incoherente con mis principios”. Como la persona que ha hecho de desencadenante de nuestra agresión desplazada siempre ha hecho “algo”, es fácil justificar nuestra agresividad, es decir, mantener nuestra autocoherencia: “el niño sabe que cuando grita me vuelve loco, lo hace para provocarme”. O si nos cabrea que el abuelo sordo no nos oiga, tenemos el curioso razonamiento de: “cuando quiere bien que oye”. Desde este punto de vista, sentir rabia contra un niño nunca esta justificado porque los niños solo hacen cosas de niños, nuestra rabia siempre nace en otro lugar. Pero todos hemos sentido esa rabia desplazada (compatible con un amor infinito, por supuesto) y todos nos la hemos justificado de alguna manera.
Es fácil que el confinamiento provoque enorme frustración causada por un enemigo invisible y que tengamos muy cerca a los blancos predilectos de la agresión desplazada: los niños, nuestras parejas o las personas mayores. Nuestra mente ha buscado desesperadamente a un enemigo visible para descargar contra él: los chinos, la gestión del Gobierno, la gente que va sin mascarillas, o el señor que lleva de la mano a su hijo autista. Pero no lo hemos encontrado: el causante de nuestra frustración es visible solo al microscopio. Cuando el caldo de cultivo de la agresión desplazada es tan favorable como ahora, quizá sea un buen momento para empezar, por fin, a reconocerla y a conocerla. ¿Cómo? Fácil, observando a alguien muy cercano a mí y que lo haga con cierta frecuencia: yo.

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