martes, 17 de enero de 2012

La historia que no cesa, o el eterno retorno de las galletas

En “El País” del domingo 15 Milagros Pérez Oliva, Defensora del Lector, bajo el titulo “'El negro' y sus mil avatares” comenta cómo se ha aupado, por efecto de las redes sociales, a la lista de lo más visto del periódico una columna de Rosa Montero titulada “El negro” que se publicó nada menos que en 2005 y en la que contaba como si fuese cierta la fábula sobre la que escribí una de las primeras entradas del blog: Solar. McEwan. El ladrón sin querer. En ella yo explicaba cómo McEwan cuenta en su última novela “Solar” algo que le ocurre a su personaje con un extraño en un tren y que es una más de las infinitas variaciones de la historia: alguien se dispone a comer algo, se distrae un momento, se da cuenta de que un extraño se está comiendo su comida, se pone a comer de lo mismo para evitar que el otro se lo acabe, pero el extraño sigue comiendo tranquilo sin decir nada; cuando han terminado el protagonista se da cuenta de que su comida está intacta en otro sitio; ha sido él o ella quien se ha comido lo del otro el cual, haciendo gala de una amabilidad sin límites, ni siquiera ha protestado. Hasta Jorge Bucay, infatigable rastreador de fábulas ejemplarizantes, tiene su propia versión, que creo que se llama “Galletitas”. Lo bueno del caso es que esta historia ya ha generado, además de un sinfín de versiones, su propia metahistoria: alguien la cuenta como si fuese cierta...y se encuentra con que los demás ya la conocían como leyenda urbana. Es lo que le ocurre al prof. Beard, el protagonista de McEwan, y es también lo que le ocurrió a Rosa Montero, quien contó como si fuese cierta una historia de la que ya no se puede librar porque la furia de las redes sociales hace que la gente la transmita viralmente desencadenando una y otra vez el mismo proceso: mientras unos lo creen, otros gritan que no es más que una leyenda urbana. La historia es genial en su simplicidad y ya es imposible saber si ocurrió tal como se contó la primera vez (¿pero cuál fue la primera vez?) y sigue teniendo tal potencia que la gente siempre necesita creer que a alguien le ha pasado. Hasta Rosa Montero, escritora y periodista experimentada, con su desafortunado final “...esta historia deliciosa, que además es auténtica...” cayó en la necesidad de contarla como cierta. Pero, como dice Borges, lo que importa no es si la historia ocurrió, sino que alguien la contó y alguien la creyó. O es posible que de un modo u otro ocurra todos los días, porque no es más que una buena historia sobre la bondad de los extraños. De hecho, eso me recuerda una historia, rabiosamente auténtica: una vez iba yo en un tren y me disponía a comer unas galletas; me levanté para saludar a un conocido y al volver a sentarme vi que mi compañero de asiento se estaba comiendo mis galletas...

sábado, 7 de enero de 2012

El Havre, puerto mágico

...sin embargo sí es un héroe romántico el Marcel Marx de la deliciosa “Le Havre”, la última de Aki Kaurismäki, porque nadie le encarga la misión de ayudar al chico que vive su particular odisea (porque, en una bella muestra de cómo se cruzan las narrativas, Idrissa es un héroe “odiseico” -perdón por el palabro inventado- que surca un Mediterráneo plagado de peligros y monstruos en el que los nuevos polifemos son los agentes de inmigración y en ese periplo el personaje de Marcel es un benefactor clave y nos quedamos esperando que no sea el único que encuentra). Pero la narrativa central de “Le Havre” no es la de Idrissa sino la de Marcel quien, como Espartaco, asume su misión liberadora simplemente porque está ahí, porque no puede hacer otra cosa que ser fiel a sí mismo, a un sentido de la ética que le convierte en un “outsider” en una cultura regida por criterios de competitividad y exclusión pero que hace de él un ser amado y respetado en una microcultura de amigos y vecinos que sobreviven en la periferia a base de solidaridad. En esa misión estoicamente asumida recibe la ayuda de unos secundarios impagables a los que la amable mirada de Kaurismäki dota de un toque angélico sin que dejen ser desconcertantemente reales. Recibirá incluso la ayuda de un brujo -elemento clave en cualquier cuento que se precie- encarnado por el comisario Monet vestido de negro de pies a cabeza y con un sombrero que evidiaría el mismo Merlín y dotado del poder mágico de ver el futuro (porque tiene acceso a información reservada) y de alejar a la policía con un chasquido de dedos volviendo así invisible a Idrissa. Como en cualquier cuento de hadas, la moraleja no puede ser más reconfortante y necesaria: existen los milagros, sí, pero el mayor milagro es que hay almas puras disfrazadas de limpiabotas.

domingo, 1 de enero de 2012

"El topo" o la tarea del héroe

Las historias de espías suelen seguir un relato de un tipo heroico especial: la tarea del héroe, esquema que también siguen otros relatos de género, como las historias de detectives. La narrativa básica consiste en un conflicto comunitario -una sociedad sufre algún tipo de amenaza- a la que el rey -presidente, jefe, etc.- no se puede enfrentar por los medios habituales; entonces convoca al héroe y le encarga la misión, la tarea del héroe; cuando el relato busca cierta complejidad psicológica el héroe al principio es reacio por algún motivo: ha sido expulsado o ignorado anteriormente, está retirado o, como viene siendo frecuente en el cine americano de los últimos años, es un policía en su último día de trabajo, recurso facilón y cansino que cumple a duras penas su función narrativa. En el caso de Smiley, ha sido despedido del exclusivo “Circus” a causa de una misión fallida. La renuencia del héroe añade tensión dramática de modo muy efectivo pero él termina por aceptar la misión y esa aceptación a regañadientes nos muestra una dimensión ética o psicológica que no podríamos ver de otra forma: su lealtad está por encima de la mezquindad de sus jefes o su compromiso con la tarea es más fuerte que sus motivos para rechazarla o es el único que puede llevarla a cabo. El héroe arquetípico de este relato es Hércules y los motivos para ser reacio son complejos: mató a sus hijos en un arrebato de locura instigado por una diosa y luego vagó como alma en pena buscando una expiación, así que para él la tarea heroica es la que le restituye la cordura y el prestigio. Hay héroes no reacios, como 007, que cada vez acepta salvar el mundo con un espíritu que se diría deportivo y que sólo es reacio a la jerarquía y a los procedimientos establecidos. Es por eso, como héroe herculeano, poco interesante aunque cada entrega de su interminable saga siga fielmente la estructura narrativa de la tarea del héroe. La supervivencia de una saga de este tipo -hay más de 20 películas de James Bond- para algunos será una muestra de la estupidez humana, para mí es una muestra del poder de las historias: cuando una narrativa es esencial nos volvemos adictos a ella. Necesitamos la historia del trabajo del héroe y por ello dejaremos que nos la cuenten una y otra vez. Por otro lado, para que la saga perviva debe hacerse más interesante y eso significa siempre hacer más complejos los motivos por los que el héroe acepta su misión. “Quantum of Solace”, la última entrega con el estupendo Daniel Craig de protagonista, parece que busca esa línea al presentar un héroe marcado por la muerte de su amada -que le había traicionado- y que acepta su nueva misión como forma de venganza y reparación.
Es curioso que en el relato arquetípico de Hércules son doce los trabajos a realizar y uno de ellos es un trabajo de limpieza: las cuadras del rey Augías, que tenía tantos caballos que sus excrementos acumulados amenazaban la salud del reino. Hércules lo resolvió desviando un río, algo así como limpiar la caca del perro con una manguera, pero de dimensiones homéricas. No muy diferente es lo que le encargan a Smiley: una limpieza del Circus -la máxima agencia del espionaje británico- deteriorada por filtraciones y fracasos y en la que se sospecha que uno de los jefes es un topo. Y Smiley, que parece un antihéroe: silencioso, gris, formal, reiteradamente engañado y abandonado por su mujer (todo lo cual significa poco viril de modo simbólico), demuestra ser un hércules del análisis y la estrategia y acomete tan a fondo su tarea de limpieza de los establos de la inteligencia británica que se lleva por delante hasta los caballos. Sabiendo que lo interpretaba Gary Oldman era de temer un recital de muecas; muy al contrario, su interpretación es sencillamente genial, dibuja a la perfección todos los ángulos de un Smiley lleno de matices.
Pero el héroe herculeano siempre es poco romántico porque, a fin de cuentas, es un servidor del poder aunque sea a pesar suyo: su misión le viene dada. No es un Espartaco ni un Ulises, modelos de héroe mucho más románticos. Las narrativas del trabajo del héroe nos inspiran -por eso están ahí- para acometer tareas ingratas pero ineludibles que no fueron diseñadas ni elegidas por nosotros pero que nadie más puede hacer. Es héroe herculeano el cirujano que entra a operar in extremis o el barrendero que se enfrenta a las calles tras la noche de Fin de Año. A todos se nos exige ser Hércules en algún momento, todos tenemos algún establo que limpiar, alguna tarea ingrata e imposible que quizá nos redima.