viernes, 11 de mayo de 2012

Tiempos borrascosos

Cumbres borrascosas parecía una opción apropiada para la última visita a los agonizantes cines Renoir. En estos tiempos borrascosos que vivimos dan ganas de grabarse en la piel el lema de la casa Stark, los orgullosos señores del Norte en la estupenda saga Juego de Tronos: “Winter is coming”, el invierno se acerca. A las puertas del verano un oscuro invierno parece estar adueñándose de nosotros y, como en los Siete Reinos, los peores augurios dicen que puede que el invierno dure una década. Ese mismo espíritu invernal parece invadir esta versión hiperrealista de Cumbres Borrascosas que, a su vez, fue una versión gótica de Romeo y Julieta. La fuerza y la debilidad del amor contra las barreras sociales. Siempre he pensado que el amor es el tema romántico por excelencia no por su dimensión sentimental sino por su dimensión heroica: si la muerte es la victoria del tiempo, que todo lo arrasa, el amor es nuestra victoria contra el tiempo. No es esa victoria la realidad del amor cotidiano, marcado por la homogamia, la unión entre iguales, pero es como nos gusta imaginarlo; buscamos pareja entre quienes son como nosotros pero nos gusta creer que amaríamos igual la diferencia, que nuestro amor saltaría las barreras; nos gusta creer que el Amor es ciego, como la Justicia. Y ahora que sabemos que la Justicia no lo es necesitamos más que nunca creer que el amor sí, que podemos elegir a quien queramos y que esa elección resistirá todas las pruebas. Creo que todo esto está estupendamente recogido en la agreste versión de Andrea Arnold: un escenario continuamente barrido por el viento, emociones a flor de piel que sobreviven a la intemperie, barreras visibles e invisibles que no pueden contener un amor ciego, sin futuro pero sin concesiones, que va más allá de la muerte. Ver esta película es como revolcarse desnudo en la nieve: vigorizante si no te deja tieso.