Fue un momento curioso elegir las
películas que formarán el programa de un cinefórum que se pondrá
en marcha el curso que viene sobre cine y educación. Cada profesor
llevó sus propuestas y lo primero que me sorprendió fue que había
un número elevado de coincidencias. Aunque todas eran pertinentes
algunas tenían con la educación una relación sólo indirecta
porque su tema central era la infancia, la exclusión social, etc.
pero me fijé especialmente en las que recogían la figura del
educador. Eran las siguientes: La clase, Hoy empieza todo, Ni uno
menos, Profesor Lazhar, La Ola, El pequeño salvaje, El milagro de
Anna Sullivan, Ser y tener, Precious, Los chicos del coro...
Otra
cosa que me llamó la atención fue la ausencia clamorosa en todas
las listas -incluida la mía- de El club de los poetas
muertos, película con mucho
éxito de público en su día pero que nunca fue bien aceptada ni por
los críticos ni por los educadores, que la consideraban tramposa,
sentimentaloide y previsible. Y, por razones obvias, nadie pensó en
una película que me pareció divertida, aunque todo el mundo la
considera una tontería: Escuela de Rock,
revisión gamberra de El club de los poetas... en
la que un impresentable rockero expulsado de su banda suplanta la
identidad del profesor de música de un colegio elitista.
Afortunadamente parece que el cine posterior entrega versiones del
trabajo educativo más realistas e interesantes, con la excepción de
Los chicos del coro,
que supongo que se coló en las listas más por ser una película
reciente que por sus valores cinematográficos o pedagógicos y que
en todo caso para mi gusto queda muy por debajo de El
club.... Y, por supuesto, a
nadie se le ocurrió incluir los subproductos del cine americano más
comercial que, siempre dispuesto a manosear los arquetipos hasta
convertirlos en caricaturas, explotó hace años la figura del buen
profesor en versión neofascista en películas horrendas en las que el supuesto educador era
un o una (Michelle Pfeiffer, sin ir más lejos) ex-marine
que tiene que ganarse a una
clase de chavales “marginales” y que sólo consigue su respeto
una vez les ha demostrado -de forma práctica, por supuesto- sus
conocimientos de artes marciales (por lo visto, la única cosa que
respetan los chavales marginales). Ahora bien, las que sí aparecen en las listas son más
realistas pero sólo en la forma en que un relato puede serlo, porque
todo relato está al servicio de uno o varios arquetipos. El “buen
profesor” me parece una variante del intruso
benefactor ya que en varias de las películas que he comentado, se
trata de alguien que viene de fuera y que al principio es mal
recibido. Otro de los elementos que conforman el arquetipo es que se
trata de alguien poco convencional o que usa métodos poco
convencionales, con lo cual siempre vehicula una crítica al sistema
educativo. El buen profesor es solitario, no suele tener pareja ni
hijos propios, vive en un hotel precario o en un pequeño apartamento
con pocas posesiones, situación que acentúa su entrega a la tarea
educativa, pero también su existencia un poco marginal, o quizá una
dimensión austera y espiritual de su personalidad. Siempre choca con
la oposición inicial del sistema educativo pero sobre todo de los
alumnos, oposición que constituye su propia “tarea del héroe”.
En el caso de Profesor Lazhar
es porque viene a sustitutir a una profesora que se ha suicidado en
la propia aula, lo que convierte su tarea en casi imposible y, por supuesto, ser un inmigrante argelino en Canadá no lo hace más fácil. Pero el buen profesor no es
un héroe en el sentido herculeano aunque el relato pueda derivar
hacia ese arquetipo quizá en los ejemplos más extremos como el Jean
Itard de El pequeño salvaje
que, cuando se enfrentó (porque no se puede usar otro verbo) al caso
del niño salvaje del Aveyron era médico, no el pedagogo en que
luego se convirtió. O la Ana Sullivan de El milagro...
En ambos casos se enfrentan solos a una tarea desesperada que además
tiene características monstruosas. En un sentido mítico ambos
tienen que ir en busca del ser humano que se esconde tras la
apariencia monstruosa de sus “pacientes”, tienen que derrotar al
monstruo y salvar a la persona. Aunque ningún pedagogo definiría
así su trabajo, creo que es así como míticamente se plantea en
esas historias. Pero decía que sólo en esos casos extremos deriva
el relato pedagógico hacia la tarea del héroe porque el buen
profesor, aunque como persona suele ser descrito como un solitario,
como educador pertenece a una hermandad que tiene una misión.
Tampoco es un mentor,
otra figura arquetípica, porque el mentor tiene un interés más
personal, su misión es instruir a su “telémaco” en un oficio o
para una tarea específica, quiere que se convierta en un tipo
determinado de persona. El buen profesor, sin embargo, sólo aspira
a que el otro se convierta en una persona y su tarea tiene así una
dimensión espiritual; laica y humilde, pero espiritual. Por eso su
forma de vida es austera, casi monacal; sus circunstancias personales
insignificantes, como si hubiese renunciado a tener una vida
propia; su carácter, inasequible al desaliento y al rechazo, se
caracteriza por la perseverancia...y es en esas características tan
idealizadas donde se origina la
insatisfacción que producen a veces las películas del buen
profesor, porque nos resulta difícil reconocer a
los profesores reales que tuvimos o tenemos. Y, sin embargo,
curiosamente casi todo el mundo recuerda a un buen profesor que,
casi, casi, responde al mito.