martes, 27 de mayo de 2014

El tren de la vida

Y de pronto las pantallas de Cineciutat se llenaron de trenes; por una curiosa carambola de programación, coincidieron durante una semana tres películas en las que el tren como escenario juega un papel importante: Deseos humanos, Snowpiercer y Tren de noche a Lisboa. Esto, con ser curioso, tampoco es estadísticamente tan improbable ya que la fascinación del cine por los trenes se remonta a aquel día de 1895 en que los hermanos Lumière presentaron en un café de París los 50 minutos de La llegada del tren y a partir de entonces grandes y pequeñas películas han jugado con la fascinación que nos provoca ese conjunto de habitáculos llenos de seres humanos que intentan vivir sus vidas únicas mientras viajan a toda velocidad por un camino que ya está trazado férreamente en las vías. Lo que sí es mucha coincidencia es que tanto en Deseos humanos como en Snowpiercer el tren tenga un papel determinante, hasta el punto de que parece tener sus propios designios y se convierte en una metáfora del destino. En Snowpiercer los protagonistas, pertenecientes a la clase social más baja, la de los vagones de cola, se afanan por alcanzar la cabecera del tren, la locomotora, porque creen que así podrán controlar su propio destino. Como dice uno de ellos, “todas las revoluciones fracasaron porque no tomaron la locomotora”. Indiferente a sus anhelos y convertido en una nueva Arca (los pasajeros son los supervivientes a una catástrofe ecológica, un “diluvio” de nieve y frío) el tren avanza inexorable siguiendo los planes de un demiurgo que vive en la cabecera del tren, un Noé que tiene muchos puntos en común con el personaje bíblico según una lectura más moderna, la de Darren Aronofsky en la película Noé, es decir un fanático convencido de que tiene que cumplir una misión salvífica aunque sea en contra de la voluntad de los salvados. El relato de Deseos humanos, por su parte, también viene de antiguo aunque no se remonte a la Biblia (o quizá se remonte a antes de la Biblia). El caso es que en su versión moderna se origina en La Bête humaine, una novela de Zola de 1890 que conoció varias versiones en el cine, una alemana, muda, Die Bestie im Menschen, y la gran película que dirigió Jean Renoir en 1938, La Bête humanine. En todas ellas, huracanes de pasiones y anhelos tristemente humanos, sobre todo el de ser algo más de lo que se es, de tener algo más de lo que se tiene, llevan a los protagonistas al límite, al asesinato, a la desesperación....mientras el tren avanza, cambiando de vía, cruzando puentes y túneles, su penetrante silbido como la carcajada de un dios que se riese de los deseos humanos. Quizá ninguna de ellas ha tenido la fuerza visual de las últimas páginas de la novela de Zola: los dos maquinistas se asesinan uno a otro y el tren continúa su loca carrera indiferente a todo, lleno de jóvenes soldados que van a la guerra y que cantan canciones patrióticas, todavía ignorantes del hecho de que su muerte no será heroica y ya está escrita...en las vías del tren.