Explica David Eagleman en su
interesantísimo libro Incógnito que
el cerebro se organiza a base de estructuras que muchas veces
compiten entre sí y que la principal función de la consciencia o de
eso a lo que llamamos “yo” es poner orden, ser una especie de
moderador entre impulsos, rasgos de personalidad e incluso
identidades varias y cita con frecuencia a Walt Withman: “Soy
muchos. Contengo multitudes”. Dice Eagleman que por eso la mente genera
automáticamente relatos, que son la única forma que tenemos de
experimentar como coherente nuestro caos interno. Estaba terminando
el libro cuando vi Sugar Man,
el documental sobre Sixto Rodríguez. La historia no puede ser más
curiosa. Un cantatutor americano publica un par de álbumes que pasan
sin pena ni gloria -a pesar de incluir canciones impresionantes, como
Sugar Man- por lo que
se olvida de su carrera musical y vuelve a su trabajo de siempre: es
obrero y trabaja en demoliciones. Durante los años siguientes y sin
que él lo sepa, uno de sus discos llega por casualidad a Sudáfrica
en los últimos años del apartheid,
donde se convierte en un clásico, un músico imprescindible al que
todo el mundo escucha y algunos de sus temas terminan siendo los
himnos del movimiento anti-apartheid. Se
extiende el bulo de que se suicidó a lo bonzo durante una actuación,
lo que explica su desaparición y al mismo tiempo engrandece el mito.
Treinta años después de que Rodríguez abandonase la música, su
hija, gracias a la magia de internet, se entera de que un grupo de
fans sudafricanos están intentando averiguar las verdaderas
circunstancias de su muerte, se pone en contacto con ellos y les
cuenta que su padre es un señor normal que trabaja en una obra. A
partir de ahí nace el documental que cuenta las pesquisas para
encontrarlo y la milagrosa “resurrección” del Rodríguez
cantante. Es muy emocionante verlo subir a un escenario como si
llevase toda la vida siendo una estrella, como si no llevase treinta
años levantándose a las 7 para ponerse el mono de trabajo. Es
emocionante ver la humilde casa en la que sigue viviendo después de
renacer como ídolo musical, la aparente indiferencia con que lleva
todos esos cambios, sus paseos solitarios por una Detroit en
descomposición. El documental cuenta dos historias: el viaje
detectivesco de los fans para encontrar la verdad sobre Rodríguez y
el viaje de Rodríguez para encontrar la verdad sobre sí mismo.
Toda
narración tiene la estructura de un viaje porque toda narración
cuenta un cambio. Esos viajes a veces son físicos y a menudo
simbólicos. Todo relato policíaco es un viaje en pos de una verdad.
Todo relato iniciático o espiritual es un viaje hacia uno mismo.
Nadie lo explicó mejor que Juan Ramón Jiménez: “¡No
corras, ve despacio/ que
adonde tienes que ir es a ti solo!/ ¡Ve despacio, no corras,/ que el
niño de tu yo, recién nacido eterno,/ no te puede seguir!”
Hay
todo un negocio de auto ayuda montado sobre la engañosa y facilona
máxima “sé tú mismo”, pero ¿cómo ser nosotros mismos cuando
somos multitudes? ¿Cuándo se siente más auténtico Sixto
Rodríguez, cantando sobre un escenario o tomando una cerveza en el
porche de su destartalada casa después de un duro día de trabajo?
Seguramente no lo sabe, seguramente intenta enhebrar un relato que
integre ambas identidades. Seguramente alberga identidades que no
conocemos. El viaje hacia uno mismo no es el viaje hacia una
identidad sin fisuras que nos espera en algún punto del futuro, es
un relato que nos contamos para tener un mapa con el que orientarnos
en los distintos territorios que somos.