miércoles, 6 de marzo de 2013

¿Quién es Sugar Man?

Explica David Eagleman en su interesantísimo libro Incógnito que el cerebro se organiza a base de estructuras que muchas veces compiten entre sí y que la principal función de la consciencia o de eso a lo que llamamos “yo” es poner orden, ser una especie de moderador entre impulsos, rasgos de personalidad e incluso identidades varias y cita con frecuencia a Walt Withman: “Soy muchos. Contengo multitudes”. Dice Eagleman que por eso la mente genera automáticamente relatos, que son la única forma que tenemos de experimentar como coherente nuestro caos interno. Estaba terminando el libro cuando vi Sugar Man, el documental sobre Sixto Rodríguez. La historia no puede ser más curiosa. Un cantatutor americano publica un par de álbumes que pasan sin pena ni gloria -a pesar de incluir canciones impresionantes, como Sugar Man- por lo que se olvida de su carrera musical y vuelve a su trabajo de siempre: es obrero y trabaja en demoliciones. Durante los años siguientes y sin que él lo sepa, uno de sus discos llega por casualidad a Sudáfrica en los últimos años del apartheid, donde se convierte en un clásico, un músico imprescindible al que todo el mundo escucha y algunos de sus temas terminan siendo los himnos del movimiento anti-apartheid. Se extiende el bulo de que se suicidó a lo bonzo durante una actuación, lo que explica su desaparición y al mismo tiempo engrandece el mito. Treinta años después de que Rodríguez abandonase la música, su hija, gracias a la magia de internet, se entera de que un grupo de fans sudafricanos están intentando averiguar las verdaderas circunstancias de su muerte, se pone en contacto con ellos y les cuenta que su padre es un señor normal que trabaja en una obra. A partir de ahí nace el documental que cuenta las pesquisas para encontrarlo y la milagrosa “resurrección” del Rodríguez cantante. Es muy emocionante verlo subir a un escenario como si llevase toda la vida siendo una estrella, como si no llevase treinta años levantándose a las 7 para ponerse el mono de trabajo. Es emocionante ver la humilde casa en la que sigue viviendo después de renacer como ídolo musical, la aparente indiferencia con que lleva todos esos cambios, sus paseos solitarios por una Detroit en descomposición. El documental cuenta dos historias: el viaje detectivesco de los fans para encontrar la verdad sobre Rodríguez y el viaje de Rodríguez para encontrar la verdad sobre sí mismo.
Toda narración tiene la estructura de un viaje porque toda narración cuenta un cambio. Esos viajes a veces son físicos y a menudo simbólicos. Todo relato policíaco es un viaje en pos de una verdad. Todo relato iniciático o espiritual es un viaje hacia uno mismo. Nadie lo explicó mejor que Juan Ramón Jiménez: ¡No corras, ve despacio/ que adonde tienes que ir es a ti solo!/ ¡Ve despacio, no corras,/ que el niño de tu yo, recién nacido eterno,/ no te puede seguir!”
Hay todo un negocio de auto ayuda montado sobre la engañosa y facilona máxima “sé tú mismo”, pero ¿cómo ser nosotros mismos cuando somos multitudes? ¿Cuándo se siente más auténtico Sixto Rodríguez, cantando sobre un escenario o tomando una cerveza en el porche de su destartalada casa después de un duro día de trabajo? Seguramente no lo sabe, seguramente intenta enhebrar un relato que integre ambas identidades. Seguramente alberga identidades que no conocemos. El viaje hacia uno mismo no es el viaje hacia una identidad sin fisuras que nos espera en algún punto del futuro, es un relato que nos contamos para tener un mapa con el que orientarnos en los distintos territorios que somos.

lunes, 4 de marzo de 2013

Personas en la niebla

El caso es que la historia del pobre Nim me llevó a revisar Gorilas en la niebla, la película que rodó Michael Apted en el 88 sobre el trabajo de Dian Fossey con los gorilas de montaña. Al principio pensé que se trata en realidad de una historia sobre el tema del intruso. Ya comenté hace mucho este tema hablando de dos películas argentinas, El hombre de al lado y Un cuento chino. En ellas se trataba el tema del intruso desde dos perspectivas: el intruso benefactor y el intruso destructor. Me pareció muy curiosa la forma en que Gorilas en la niebla combina ambos temas. Dian Fossey fue claramente una “intrusa benefactora” para los gorilas de montaña, una especie abocada a la extinción debido a los cazadores furtivos y a encontrarse su hábitat, el parque de Virunga, entre tres estados africanos muy inestables: Uganda, Ruanda, y la República de Congo. Aunque Dian Fossey no descubrió a los gorilas -el parque existe desde los años 30 del siglo XX- sí llamó la atención sobre ellos de forma muy especial. Al principio sólo le guiaba la ambición científica de conocerlos mejor pero para ello tuvo que desarrollar un método novedoso: ser aceptada como uno más de su grupo, o al menos como alguien muy semejante, lo que le permitió compartir con ellos tantos momentos cotidianos que llegó a conocerlos como a individuos y a desarrollar una especial forma de afecto. Fue de las primeras primatólogas que hablaron con conocimiento de causa de que los grandes simios tienen una vida mental. Aunque la caza furtiva se sigue practicando -el último censo de 2012 arroja una población de sólo 880 gorilas vivos- la barbaridad que supone empieza a ser percibida de forma muy diferente por la comunidad científica y por una parte de la opinión pública: cazar a un gorila es mucho más que expoliar un recurso natural, es matar o secuestrar a alguien que siente de forma muy semejante a como sentimos nosotros. Esto no lo sabríamos sin el trabajo de Dian Fossey y de otras primatólogas. Así que para los gorilas y para los que creemos en que no hace falta viajar a otros planetas para encontrar otras formas de vida inteligente, Fossey fue sin duda una intrusa benefactora. Sin embargo ahora tengo mis dudas acerca de que narrativamente entre en esta categoría porque uno de los aspectos interesantes del tema del intruso benefactor es que no llega con una misión, su acción benéfica tiene algo de inconsciente. El intruso benefactor no viene a liberar a nadie, es su “alteridad”, su extrañeza radical, la que nos ayuda a cambiar. Y por otro lado, un aspecto interesante de la película -y de la propia vida de Dian Fossey- es que no esconde la otra perspectiva: que para mucha gente era una intrusa destructora. Fue a menudo cruel y despótica y llegó a ser acusada de utilizar torturas y métodos violentos para intimidar a los furtivos -algunos de ellos niños-. Para ellos y para todos los que indirectamente se beneficiaban de esa práctica su llegada representaba una amenaza y defendieron su territorio con más furia y astucia que los gorilas. Seguramente fueron ellos quienes acabaron con su vida a machetazos un día de Diciembre de 1985. Su revólver estaba a medio cargar y quedaron muchas señales de lucha en la cabaña. Para alguien que dedicó su vida a desmitificar el comportamiento violento de los gorilas, es una muerte paradójica. Así que me inclino más bien por que la historia de esta científica -en principio idónea para una historia de búsqueda de la verdad- se desarrolla como una narrativa de la tarea del héroe. Es curioso cómo la película narra el encuentro al principio con Louis Leakey, el gran arqueólogo, quien encomienda a Dian su primera “misión” y quien incluso la pone a prueba, de forma iniciática: le pide que se opere de apéndice. Leakey, por su fama y por su porte aparece como un hombre poderoso -el "rey" de los relatos del trabajo del héroe- y cumple claramente una función iniciática. Todo en la vida de Fossey adquiere con la perspectiva del tiempo una dimensión heroico/trágica. Y me pregunto si era esa la narración que se contaba a sí misma. En su libro -del mismo título que la película- explica cuando muere Digit, uno de sus gorilas preferidos al que encontró decapitado en la jungla, que su muerte había sido un acto heroico ya que entregó su vida para que su grupo pudiera salvarse. Dian fue enterrada junto a los cuerpos de otros gorilas, muertos de la misma forma, como una guerrera.
Sí es un relato de liberación sin embargo El origen del planeta de los simios. Aunque parezca una frivolidad mencionar esta película junto a la historia anterior me parece que de alguna forma están conectadas. La larga saga de El planeta de los simios ha pasado por muchas vicisitudes y desde luego ha ido decayendo de forma patética pero me parece que la última remonta el vuelo al dar un interesante giro a la historia: el verdadero protagonista es Cesar, un chimpancé extremadamente inteligente que asume la tarea de liberar a sus semejantes de la opresión humana. Cesar es un héroe espartaquista, un esclavo que rompe primero sus propias cadenas y después las de sus iguales y va con ellos a la guerra contra la tiranía. Un crítico americano (Michael Phillips, en el “Chicago Tribune”) escribió certeramente que la película era un desarrollo fantástico de Proyecto Nim. Curioso.
En resumen: una limitación de la mente humana es que no podemos hablar de nada -y mucho menos de alguien parecido a nosotros- sin contar historias que de alguna forma vuelven siempre a hablar de nosotros.