jueves, 23 de junio de 2011

Cuentos chinos

Tiene Un cuento chino una reflexión sobre la figura del otro que me parece encantadora. Roberto, un solitario que ha construido su vida en el reducido círculo de su ferretería, en permanente cabreo contra el mundo, ayuda a un joven chino extraviado en Buenos Aires, lo acoge en su casa y esa presencia, para él ininteligible, trastoca su orden neurótico. Dos vidas que se encuentran en un momento único del tiempo y el espacio y que se salvan mutuamente. El argumento de referencia es el del "intruso benefactor", un tema universal relacionado con el culto a la hospitalidad y que seguramente tiene que ver con la experiencia ambivalente que se vivía en las pequeñas comunidades ante la llegada del extraño: podía ser una amenaza -intruso destructor- o una bendición. Este segundo caso ha generado las historias sobre el intruso benefactor: el que viene de fuera, de tan fuera que es completamente otro y cuya presencia cambia nuestra vida. Una película de referencia es Teorema. Otra fue E.T. El intruso benefactor tiene carisma. Su ayuda no es a base de esfuerzo o buenas intenciones. Más bien es un catalizador. Como el Peter Sellers de "Bienvenido Mr. Chance", otro intruso benefactor fundamental, que era un ser tan neutro, tan poco conectado con la vida real que todos proyectaban en él sus deseos. Porque parece que el carisma de los intrusos benefactores sea ese: ser un lienzo en blanco; al ser el único que no quiere que nada cambie, lo cambia todo. En "un cuento chino", la amiga de Roberto se queda mirando al chino -que no habla porque no entiende nada- y dice: "es que son milenarios..."

viernes, 17 de junio de 2011

Nowhere People (ay! las vidas de los rockeros)

Fui a ver Nowhere Boy, la película basada en la juventud de John Lennon, temiendo que fuese solo una versión más del aburrido guión de "vida de artista": 1. Infancia difícil y traumática con familia conflictiva o directamente aberrante. 2. Adolescencia y juventud de rebeldía contra esa familia y el medio social. 3. Encuentro con el propio talento y ascenso a la fama. 4. El éxito provoca el Descenso a los Infiernos: de la bebida, de otras drogas, del sexo o de la locura (en el caso de las estrellas del rock, todo a la vez). 5a. Suicidio o destrucción (Kurt Cobain, Jim Morrison). 5b. Reencuentro con el talento, redención y salvación (el estupendo Johnny Cash interpretado por Joaquin Phoenix en En la cuerda floja). Si la película tiene algún interés es precisamente que solo llega al tercer paso, es decir, nos ahorra dos de los cinco estereotipos: termina con la salida de Lennon de su chirriante hogar para conquistar el mundo. Pero ¿son solo estereotipos o hay algo de verdad en esas historias? El problema está en la propia idea de biografía y en su concepción narrativa. Se escriben retrocediendo en el tiempo. No las "escribe" (lo entrecomillo porque lo de escribir es retórico, normalmente las escribe un negro porque las estrellas de rock suelen estar demasiado ocupadas, ya se sabe, todo el día drogas y sexo) una persona que se interroga sobre sí misma para descubrirse, sino un personaje que intenta justificar biográficamente cómo ha llegado a tener esa vida tan fascinante. Es decir, al empezar a narrar ya sabemos el final y la explicación de ese final tiene un canon: trauma, rebeldía, éxito, infierno, salvación. El artista lo es porque su vida es torturada y no convencional. La realidad: que el éxito es una mezcla de talento, muchísimo trabajo, bastante suerte u oportunidad y una configuración de la personalidad en la que destacan la ambición, la obsesividad y el narcisismo es, por razones muy complejas, bastante poco atractiva para la mayoría de la gente. En una película infravalorada y que casi nadie ha visto, Rock Star (en realidad no es buena, pero se atreve inteligentemente con estos estereotipos) el protagonista interpretado por Mark Whalberg, una estrella del heavy metal en ascenso, tiene su primera rueda de prensa y cuando le piden que explique de dónde saca  la potencia de sus increíbles aullidos, él empieza a contestar ingenuamente: "bueno, se lo debo a las clases de canto de Miss.... en la escuela parroquial..." y rápidamente su manager le tapa el micrófono y dice: "está bromeando, se le ha puesto esa voz de chupar coños". Es decir, en el momento en que el personaje hace su aparición, la verdad de la persona: trabajo duro y talento (de él y de su profesora) tiene que dejar  paso al mito: es nuestro desenfreno lo que nos hace geniales, no somos un producto de mercadotecnia y trabajo calculado cuidadosamente, sino una fuerza de la naturaleza. O sea, la misma razón por la que no nos gusta ver el sudor de las bailarinas, necesitamos creer que una magia interna las hace levitar.
En el estupendo artículo de Diego A. Manrique Por qué fascinan las vidas de los canallas http://www.elpais.com/articulo/sociedad/fascinan/vidas/canallas/elpepisoc/20110611elpepisoc_1/Tes publicado en El País el 6 de junio, en el que se pregunta por el éxito literario de las biografías de rockeros (cuenta que Keith Richards cobró por la suya 7 millones de dólares) destaca la opinión de Óscar Palmer, traductor al español de muchas biografías malditas: "Es la atracción eterna por la figura del forajido, pero adaptada a la cultura del gran espectáculo. Te permite vivir vicariamente una existencia desmadrada, al margen de horarios laborales, novias formales y vagones de metro atiborrados. Puro escapismo pero tiene también cierto valor reconfortante: sabemos que nunca vamos a acceder a ese mundo y envidiamos a quien lo logra, pero oye, si resulta que el precio a pagar son adicciones, muertes, puñaladas traperas, ataques de locura y escarnio universal... a lo mejor con verlo de lejos ya nos basta". Para mi gusto se salva Cronichles, el estupendo libro de Bob Dylan precisamente porque acepta sin pudor su carácter de obra literaria y al hacerlo se escapa del estereotipo.
Bueno, todo esto es para decir que las biografías de artistas-rockeros son un género más del cuento fantástico y como tales siguen un guión arquetípico que no tiene nada que ver con la realidad pero cumplen una función psicológica necesaria, precisamente la opuesta y complementaria a las hagiografías (vidas de santos) de las que escribiré otro día seguramente lejano porque, aun siendo otro género del cuento fantástico, son mucho más aburridas, ya se sabe, nada de sexo, drogas ni rock'n roll.

lunes, 6 de junio de 2011

Virginia Woolf era neuróloga (como Proust, Cézanne o Stravinsky)

En un libro encantador e intenso, Proust was a Neuroscientist, Jonah Lehrer explica de forma rigurosa y muy amena cómo ocho artistas: Walt Whitman, George Elliot, Auguste Escoffier, Marcel Proust, Paul Cézanne, Igor Stravinsky, Gertrude Stein y Virginia Woolf demostraron un conocimiento intuitivo de los procesos mentales que coincide con las tendencias de la neurología más actual y que llegó por lo tanto mucho más lejos que la ciencia de su tiempo. Hablando de Virginia Woolf y de su extraordinariamente lúcida descripción del flujo de consciencia, dice: “...para Woolf la respuesta era sencilla: el yo es una ilusión. Esta era su visión final del yo. Aunque empezó intentado desmantelar la pesada noción decimonónica de la consciencia, en la cual el yo era tratado “como un mueble”, terminó dándose cuenta de que el yo realmente existía, aunque fuese solo como una habilidad de la mente. Igual que un novelista crea una narrativa, una persona crea un sentido de ser. El yo no es ni más ni menos que nuestra obra de arte, una ficción creada por el cerebro para dar sentido a su propia desunión. En un  mundo hecho de fragmentos, el yo es nuestro único ‘tema, recurrente, a medias recordado, a medias entrevisto’. Si no existiese, nada existiría. Seríamos un cerebro lleno de personajes, desesperadamente buscando un autor.” Somos nuestra propia narrativa, nuestro propio relato.
Por cierto, Jonah Lehrer mantiene un blog interesantísimo: The Frontal Cortex
http://www.wired.com/wiredscience/frontal-cortex/