miércoles, 11 de abril de 2012

"Intocable", un Sancho de "banlieu"

Tuve un profesor de filosofía que decía que la primera vez que lees El Quijote te ríes, la segunda vez lloras y la tercera piensas. Cuando vi “Intocable” me reí bastante, no lloré nada aunque sí me emocioné en alguna escena y no me puse a pensar hasta unos días después; a pensar, precisamente, en que acababa de ver una extraña revisión de El Quijote o, mejor dicho, del arquetipo que representa. Aunque a veces es difícil distinguir un arquetipo de un recurso narrativo. Muchas películas y novelas utilizan el truco narrativo de la pareja de amigos de personalidades contrapuestas que se embarcan en una aventura, una misión o un viaje. Son las “buddy movies” o pelis de colegas, como “Arma Letal” (la fórmula funcionó tan bien que hicieron cuatro) o, en una rara versión femenina, “Thelma y Louise” que además era una “road movie”. También Cervantes conocía esos trucos narrativos -El Quijote tiene la estructura de una “road movie” si cambianos la ruta 66 por los polvorientos caminos de la Mancha- pero además desarrolla arquetipos precedentes y crea uno nuevo, aunque de esto último no estoy seguro; no sé si la pareja arquetípica que representan Don Quijote y Sancho existió antes, lo que sí es seguro es que Cervantes la eleva a arquetipo universal, por lo que después se ha repetido muchas veces y creo que la última es la que encarnan Philippe y Driss. Philippe, como Don Quijote, representa el mundo mental (tanto que su cuerpo es inerte) asociado además a una clase social (que se cree) superior y a un idelismo que, desde el punto de vista de Driss, roza lo patológico: Philippe vive en un mundo de lecturas trasnochadas, utiliza un lenguaje hiperculto, colecciona arte vanguardista y mantiene una correspondencia romántico-platónica con una mujer a la que no ha visto ni en fotos (o sea, tiene su Dulcinea). Por su parte Driss representa lo físico, de hecho su tarea es ocuparse del cuerpo inerte de Philippe (también Sancho tiene que ocuparse del cuerpo malherido de Don Quijote), fisicidad que afirma rotundamente en su divertido baile con la música de Earth Wind and Fire; procede de un mundo marginal, su lenguaje es vulgar e irrespetuoso, sus intereses prácticos e inmediatos y su acercamiento a las mujeres nada idelista; en suma, es un moderno Sancho. Cervantes partió de dos arquetipos muy antiguos: el loco-cuerdo, es decir, el excéntrico que termina reveládose más cuerdo que muchos y el arquetipo del tonto-listo, el considerado inferior que termina demostrando más sentido común que los que lo despreciaban. Pero su genialidad fue que, partiendo del recurso narrativo de los caracteres contrapuestos -que por sí solo puede dar lugar a multitud de situaciones graciosas- desarrolló una historia de desvelamiento a través de la amistad, es decir, de una forma de amor, que permite a los personajes mostrar que son más de lo que parecen. La diferencia que los separa y que es el motivo originario de su colaboración (en ambos casos uno “contrata” al otro) se va diluyendo a través del diálogo que se establece en su aventura compartida y cada uno llega a descubrir al otro al que no podía ver porque sus prejuicios se lo impedían. No estamos ante una nueva versión de Perfume de mujer como se ha dicho, porque en esa historia predomina la relación mentor-discípulo. Don quijote no es el mentor de Sancho aunque al principio lo pretenda, ni Philippe lo es de Driss. Aunque parezca raro juegan de igual a igual y es la amistad la que los hace reconocerse por encima de sus diferencias y en ese reconocimiento los dos se hacen mejores. 
Otra cuestión es: ¿cómo una historia que se supone real encaja tan bien en un arquetipo? Hay dos explicaciones posibles. Puede ser que la historia real tenga muy poco que ver con el producto final (por ejemplo, que las personalidades de ellos dos no sean contrapuestas o no reflejen esa dicotomía) y que se haya modificado totalmente para que encaje en un arquetipo reconocible (inconscientemente) por el público; en ese caso da totalmente igual si la historia es real o no. O puede que los personas reales que protagonizaron la historia sí se parezcan a los personajes y que el arquetipo sea la forma de fijar una experiencia común pero muy significativa, a la manera como el arquetipo de Romeo y Julieta “fija” en el imaginario colectivo las dificultades reales de muchas parejas para mantenerse unidos ante la oposición de sus familias.


miércoles, 4 de abril de 2012

Lo extraño de estar vivo

Los agradecimientos que los autores escriben en sus obras -Borges, que daba las gracias a Homero o a Melville es un caso aparte- interesan bien poco porque los lectores no podemos saber en qué medida esas personas han contribuido realmente a la obra final. Por eso me llamó la atención el agradecimiento de Paul Auster al final de “Sunset Park”: “Siri Hustvedt, for the strangeness of being alive”. Siri es su esposa, una estupenda novelista de quien sólo he leído What I Loved (Todo cuanto amé) y de quien se publica ahora en español El verano sin hombres. Parece ser que fue ella quien dijo o sugirió la frase “la extrañeza de estar vivo” que Auster utiliza en un hermoso párrafo hablando de Ellen, una joven dibujante que ha okupado junto con unos amigos una casa abandonada: los bocetos son bastos y frecuentemente inacabados. Quiere que sus cuerpos humanos transmitan la milagrosa extrañeza de estar vivo. Nada más y nada menos que eso. No le preocupa la idea de la belleza. La belleza puede cuidarse sola. Todo en la escena, la descripción de los bocetos y lo que piensa Ellen del cuerpo, es muy intenso pero llega al clímax en ese párrafo del que me encanta la frase final: beauty can take care of itself, la belleza puede cuidarse sola, desgraciadamente estropeada en la traducción al castellano. Es decir, basta de tanta atención a la belleza, que no la necesita pues puede cuidarse sola, fijémonos en los cuerpos simplemente vivos porque lo milagrosamente extraño es estar vivo. Lo que no sabemos es si Auster y Siri Hustvedt sabían que Carmen Martín Gaite publicó creo que en el 96 una estupenda novela que lleva por título “Lo raro es vivir” en la que la protagonista dice: Desde que el mundo es mundo, vivir y morir vienen siendo la cara y la cruz de la misma moneda echada al aire, pero si sale cara es todavía más absurdo. Para mí, si quieren que les diga la verdad, lo raro es vivir." que en su traducción al inglés se dice exactamente igual: the strangeness of being alive, casi la misma idea expresada, eso sí, por la española con un punto creo que más fatalista. Ahora pienso que en ambas novelas la extrañeza de estar vivo es el tema de fondo pero hasta que no llegué al agradecimiento de Auster a Siri no me di cuenta. El protagonista, Miles, vive marcado por una tragedia: paseando con su hermano tuvieron una pelea y Miles empujó al otro, quien cayó a la carretera y fue arrollado por un coche. La culpa de esa muerte absurda y de haber sobrevivido marca todas las decisiones posteriores de Miles y la fatalidad de su destino parece responder a lo que expresaba C. Martín Gaite: “la cara y la cruz de la misma moneda echada al aire”; “¿por qué murió él y no yo?” se pregunta Miles y, quizá, aunque esto no lo escribe Auster, podemos suponer que también Bobby -cualquier Bobby a quien le llega la hora- en el momento de morir pudo pensar “¿por qué yo y no él?”. Estos pensamientos tan trágicos quedan rescatados por los inocentes bocetos de Ellen quien por su lado quiere nada más celebrar la milagrosa extrañeza de estar vivo -nada menos-. Novelas como esta muestran por qué necesitamos la literatura -cualquier forma de literatura-: porque sólo en ella vemos reflejadas las cosas irreconciliables que estar vivos nos sugiere: que todos los vivos somos supervivientes de los muertos y que eso tan trágico y tan milagrosamente extraño es también lo más digno de celebrarse.