Lo
que más me ha interesado de la estupenda película de Mariano
Barroso Todas las mujeres es
la forma en que actualiza y difumina el mito de Don Juan hasta
dejarlo casi irreconocible -y por eso más efectivo- gracias a una
interpretación extraordinaria de Eduard Fernández. ¿Es posible que
este hombre solo y acabado, perdido en ese chalet que ni siquiera
sabe si es suyo, estafador penoso, mentiroso compulsivo, sea un
donjuán? Y, si nos acercamos a él, vemos que expresa todos los
matices del mito: pasa de una mujer a otra sin sentimientos,
intentando conseguir lo que necesita de ellas antes de abandonarlas,
no está comprometido con nada más que con sus propios deseos y
necesidades -no solo sexuales- y no se para en nada para
satisfacerlos; tiene labia fácil y atractiva, se mueve siempre desde
la seducción antes de conseguir su objetivo y desde el desprecio
cuando ya lo ha conseguido; y, sin embargo, la gente sigue acudiendo
a su llamada; cada vez menos, cada vez con más recelo, pero siguen
acudiendo; tiene, incluso, su “convidado de piedra”,
magistralmente representado en ese sillón vacío al que habla como
si estuviese ocupado por su suegro, siguiendo la sugerencia de la
psicóloga (la técnica de la “silla caliente”) sillón que,
como buen convidado de piedra, permanece mudo ante el monólogo
autojustificatorio de Don juan. A fin de que cuentas es la palabra
del suegro (el comendador, en la obra de Tirso) la que le condenará
o salvará del infierno (la cárcel para el ¿pobre? Nacho).
Entonces
¿es un impresentable o un simpático rebelde? Los distintos relatos
que han ido desarrollando el mito lo han visto desde ambos ángulos y
seguramente esa ambigüedad es la esencia del personaje y de la
fascinación que provoca. Los relatos del siglo XVII lo presentaban
como a un libertino despiadado que seduce a las mujeres con engaños,
que no respeta los símbolos religiosos y que finalmente recibe su
castigo, es el Don Juan de Tirso. Hubo muchas otras historias de
parecido talante y todas ellas acaban con alguna forma de castigo,
incluso alguna tuvo el amenazador título de No hay deuda que no
se pague ni plazo que no se cumpla,
título que es en sí mismo una moraleja.
La
vieja masculinidad está basada en dos mitos que parecen
contrapuestos pero están secretamente unidos: el patriarca y el
libertino. Por un lado, el individuo de orden que defiende la ley y
la impone; hombre de familia y autoridad, sin fisuras ni vicios,
adicto al trabajo, sin tiempo para tonterías. Por otro, el
libertino, soltero o casado infiel, sin oficio conocido, transgresor
de la ley y de las normas, embaucador, cínico, descreído y
promiscuo. En realidad la vieja masculinidad consistía en aspirar a
ser lo primero mientras se deseaba ser lo segundo, siendo el
resultado generaciones enteras de hombres atrapados en un dilema
imposible que tiene su expresión extrema y grotesca en Berlusconi:
máximo patriarca y autoridad de un gran país, representante de los
valores conservadores de día, bufonesco don juan de noche; mezcla
absurda de galantería y misoginia, encarna de forma sumamente
estereotipada las dicotomías del dictador/transgresor o el
protector/abusador y no extraña que fascine y seduzca al sector de
la sociedad al que le interesa defender esos estereotipos. Ni
extraña tampoco que sea ya inútil y empiece su caída a partir del
momento en que su corrupción es de tal alcance, tan evidente, que
resulta imposible mantener la apariencia que era la esencia de su
función social: ser el modelo triunfador de la vieja duplicidad
masculina.
Por
eso el relato clásico incluye el castigo y la oferta hipócrita de
alguna forma de redención, porque el hombre/patriarca desea en el
fondo que el hombre/donjuán siga realizando los ocultos deseos de
todos, al tiempo que lo castiga para mantener el poder.
Si
alguien encarnó en la realidad el mito de Don Juan fue Giacomo
Casanova: embaucador, rebelde, mentiroso, embajador de falsas
loterías por todas las cortes de Europa, curandero, duelista,
conquistador irresistible y compulsivo, librepensador o religioso
según le conviniese...es curioso que lo que se enseña de él en
Venecia es la celda en la que estuvo preso y de la que se fugó de
forma rocambolesca. Parece muy lejana su imagen glamurosa de la de
Nacho, nuestro donjuán de andar por casa, el vecino; y, sin embargo,
los une una trayectoria y un destino común: la soledad que va
cayendo sobre ellos lentamente, hasta que es lo único que les queda
entre las manos cuando descubren, dolorosamente y casi siempre
demasiado tarde, que se puede engañar a todo el mundo algunas veces,
pero no se puede engañar a todo el mundo siempre.