Y
de pronto las pantallas de Cineciutat se llenaron de trenes; por una
curiosa carambola de programación, coincidieron durante una semana
tres películas en
las que el tren como escenario juega un papel importante:
Deseos humanos,
Snowpiercer
y
Tren
de noche a Lisboa. Esto,
con ser curioso, tampoco es estadísticamente tan improbable ya que
la fascinación del cine por los trenes se remonta a aquel día de
1895 en que los hermanos Lumière presentaron en un café de París
los 50 minutos de La
llegada del tren y
a partir de entonces
grandes
y pequeñas películas han jugado con la fascinación que nos provoca
ese conjunto de habitáculos llenos de seres humanos que intentan
vivir sus vidas únicas mientras viajan a toda velocidad por un
camino que ya está trazado férreamente en las vías. Lo que sí es
mucha coincidencia es que tanto en Deseos
humanos
como en Snowpiercer
el tren tenga un papel determinante, hasta el punto de que parece
tener sus propios designios y se convierte en una metáfora del
destino. En Snowpiercer
los
protagonistas, pertenecientes a la clase social más baja, la de los
vagones de cola, se afanan por alcanzar la cabecera del tren, la
locomotora, porque creen que así podrán controlar su propio
destino. Como dice uno de ellos, “todas las revoluciones fracasaron
porque no tomaron la locomotora”. Indiferente a sus anhelos y
convertido en una nueva Arca (los pasajeros son los supervivientes a
una catástrofe ecológica, un “diluvio” de nieve y frío) el
tren avanza inexorable siguiendo los planes de un demiurgo que vive
en la cabecera del tren, un Noé que tiene muchos puntos en común
con el personaje bíblico según una lectura más moderna, la de
Darren Aronofsky en la película Noé,
es
decir un fanático convencido de que tiene que cumplir una misión
salvífica aunque sea en contra de la voluntad de los salvados. El
relato de Deseos
humanos, por
su parte, también viene de antiguo aunque no se remonte a la Biblia
(o quizá se remonte a antes de la Biblia). El caso es que en su
versión moderna se origina en La
Bête humaine,
una novela de Zola de 1890 que conoció varias versiones en el cine,
una alemana, muda, Die
Bestie im Menschen,
y la gran película que dirigió Jean Renoir en 1938, La
Bête humanine. En
todas ellas, huracanes de pasiones y anhelos tristemente humanos,
sobre todo el de ser algo más de lo que se es, de tener algo más de
lo que se tiene, llevan a los protagonistas al límite, al asesinato,
a la desesperación....mientras el tren avanza, cambiando de vía,
cruzando puentes y túneles, su penetrante silbido como la carcajada
de un dios que se riese de los deseos humanos. Quizá ninguna de
ellas ha tenido la fuerza visual de las últimas páginas de la
novela de Zola: los dos maquinistas se asesinan uno a otro y el tren
continúa su loca carrera indiferente a todo, lleno de jóvenes
soldados que van a la guerra y que cantan canciones patrióticas,
todavía ignorantes del hecho de que su muerte no será heroica y ya
está escrita...en las vías del tren.