viernes, 3 de abril de 2020

¿Cómo funciona la mente confinada? 1. Sensación de irrealidad.



Nuestro cerebro hace un duro trabajo estableciendo lo que es real. Cuando soñamos, el sueño es la única realidad. En cuanto despertamos, otra parte de nuestra mente toma el mando y etiqueta lo que hasta hace unos segundos era la única realidad, como un  sueño. Si tienes ese mecanismo alterado, te cuesta distinguirlo; eso son la alucinaciones. Lo divertido de ver cine es prestarse a que una máquina engañe a nuestro cerebro proporcionándole por una rato una realidad alternativa; si la película es buena llegas a una inmersión total; si no, entras y sales de esa ilusión. La idea de lo que es real es fluida y cambiante: en la práctica son las expectativas que tenemos sobre lo que es posible que ocurra en nuestro microcosmos. Una curiosa expresión que se ha vuelto común explica muy bien esto. “…era como estar en una película…” La utilizamos para describir la sensación de estar viviendo en la realidad algo que hasta entonces no formaba parte de ella. Por ejemplo, si vamos tranquilamente por la calle y vemos a unos policías rodeando un banco en el que unos atracadores se han encerrado con rehenes. Lo contaríamos diciendo que parecía una película porque eso no es algo que pase en nuestro microcosmos, aunque sabemos que pasa en la realidad ampliada, pero solo porque vemos el telediario. Si viviésemos en un país en el que escenas así son cotidianas, nunca diríamos “parecía una película” porque nadie nos entendería, más bien diríamos algo como “ojalá fuese una película”. Durante los primeros días del confinamiento muchos, al despertarnos, tardábamos un rato en darnos cuenta de que el no poder salir de casa porque se ha declarado una pandemia no era una pesadilla reciente ni el recuerdo de una película apocalíptica, sino el día real que estábamos empezando a vivir; la realidad nos caía encima y no podíamos quitárnosla sacudiendo los hombros. Nuestro cerebro hacía el duro y sorprendente trabajo de obligarnos a aceptar como real algo que preferiríamos que no lo fuese. La sensación se va atenuando según pasan los días porque a partir de ahora, y por desgracia, estar encerrados en casa porque se ha declarado una pandemia, ya no es algo que pasa solo en las películas (o en países lejanos, lo cual en la práctica tiene el mismo sentido de irrealidad que una película). Por eso, cuando nos preguntamos si después de esto todo volverá a ser igual, si bajará la contaminación o si seremos más solidarios, o volveremos a un consumismo inconsciente, pensemos que solo hay un cambio seguro: nuestro sentido de lo que es real va a cambiar para siempre lo que significa que nosotros vamos a cambiar para siempre. Durante la Transición, cuando había situaciones políticas complicadas y mi padre se preocupaba mucho, yo le decía que exageraba. Un día me contestó: “no sabéis cómo empieza una guerra; empieza así, sin avisar y luego ya nadie puede controlarlo”. En mi noción de realidad no entraba la posibilidad de una guerra. En la suya sí porque lo había vivido y cuarenta años después seguía formando parte de su idea de la realidad. Dejemos que nuestro cerebro haga el ingrato trabajo de modificar nuestro sentido de lo real; el retraso en reaccionar, tanto de los gobiernos como de los ciudadanos, de todos nosotros, no se debió solo a negligencia o a irresponsabilidad, sino a no creer que esto entrase dentro de lo posible. Y apliquemos este duro aprendizaje a cosas como la catástrofe climática que se avecina. Por mucho que nos avisen los científicos, no es real para nosotros, por eso no reaccionamos. Como los galos de Astérix que a lo único que tenían miedo era a que el cielo les cayese sobre la cabeza pero, como ellos decían, “eso no va a pasar mañana”.

Jaime Larriba. Psicólogo Clínico

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