
jueves, 21 de febrero de 2013
Historias de autosuperación

domingo, 3 de febrero de 2013
El Pí de Pollença
En
Pollença, la mañana del 17 de Enero, van a la finca de Ternelles,
buscan un pino de más de veinte metros, lo talan, lo desbrozan, lo
pelan, lo llevan hasta la Plaça Vella, lo enjabonan, lo clavan en el
suelo y, cuando ya está bien sujeto, los mozos intentan trepar por
él y coronar la copa, donde hay un saquito con confeti y una cesta
con un gallo. Veinte metros son muchos, una casa de cuatro pisos, más
o menos. El tronco es muy grueso en la parte baja, solo se puede
trepar completamente abrazado a él; lo más fácil son los últimos
metros, pero hay que llegar a ellos: y no hay red, ni arnés, ninguna
medida de seguridad, ni siquiera la piña humana que formarían los
castellers y que podría
amortiguar el golpe. En la parte baja se forma un remolino de chicos,
todos muy jóvenes, que quieren intentarlo subiéndose unos encima de
otros, a veces cooperando entre ellos para salvar los metros más
difíciles, a veces estorbándose y pisándose. La plaza está
abarrotada de gente que suspira y grita con los fallidos intentos,
que duran dos o tres horas. A veces un mozo consigue salvar los
primeros metros, llega hasta la mitad, la gente empieza a gritar
animándolo a seguir, él se queda inmóvil, abrazado al pino y, en
el instante en que afloja los brazos un poco, empieza a deslizarse
hacia abajo y la plaza se llena de un gigantesco oooohhhh!!!
decepcionado. Ya entrada la noche siempre alguno empieza a subir sin
detenerse y, cuando salva los dos tercios del pino, ya casi es seguro
que lo consigue y es entonces cuando la plaza estalla de emoción. Al
coronar la copa desata el saquito de confeti y derrama sobre la plaza
una lluvia de polvo brillante que no vale nada pero se recibe con
gritos de alegría, como si un rey magnánimo arrojase oro a puñados.
Luego el héroe desciende entre aplausos. Lo encontramos horas
después en un bar, rodeado de sus amigos, todavía recibiendo
palmadas y abrazos. Volvimos a pasar por la plaza muy tarde, cuando
ya no había nadie. Visto desde abajo, el enorme tronco desnudo
parecía un larguísimo camino. Fue un placer abrazarse al pino y una
sorpresa comprobar que era imposible subir un centímetro. La gran
mayoría de los que estábamos en esa plaza no podríamos subir ni un
metro; muy pocos pueden llegar hasta la mitad. El esfuerzo está
perfectamente calculado para que sea casi imposible conseguirlo pero
siempre haya alguien que lo consiga. Genera la alegría de que al
menos alguien lo logró; si yo no puedo, que al menos otro pueda
porque así, una parte de mí puede sentir que puede, la parte de mí
que se identifica con el héroe. Una alegría solidaria y un punto
egoísta porque la ritualización de la subida al pino, su puesta en
escena, permite esa identificación, ese placer vicario. Por unos
segundos todos somos un poco el chico que corona el pino y que al
lograrlo nos corona a todos. Tantos años en Mallorca y nunca había
visto este increíble espectáculo, la forma más antigua, sencilla y
efectiva de narrar el viaje del héroe.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)