martes, 23 de julio de 2013

El otro, el mismo

Ya apuntaba en el post anterior que qué queremos decir con eso de “llegar a ser uno mismo” o “encuéntrate a ti mismo” es una cuestión interesante y en mi opinión mucho más confusa y discutible de lo que estamos dispuestos a admitir. No sé por qué pero siempre me han llamado mucho la atención las historias que precisamente describen lo contrario: el viaje para alejarse de uno mismo. En El Impostor, un documental inglés de 2012 sobre un joven europeo que se hizo pasar por un adolescente americano que llevaba años secuestrado y que fue aceptado por la familia sin poner en duda su identidad, el protagonista dice esta frase impresionante: “Desde que tengo memoria siempre quise ser otro”. Presenta un aire menos oscuro del mismo tema la estupenda Atrápame si puedes, con Leonardo DiCaprio. Ambas historias muestran dos personalidades con un perfil psicopático. En El Impostor se roba la personalidad de otro (el niño secuestrado). En Atrápame...se crea una personalidad nueva (el brillante piloto). Una de las formas de la psicopatía es robar identidades, como se roban coches o dinero. Un ejemplo extraordinario de esta narrativa es la serie de libros que Patricia Highsmith dedicó al personaje de Tom Ripley y que ha tenido por lo menos dos versiones estupendas en el cine, Duelo al sol y El talento de Mr. Ripley. En esa historia y a lo largo de varias novelas, P. Highsmith describe la evolución de Tom, un tipo simpático que no duda en llevarse por delante a quien sea cuando sus intereses se ven amenazados. Su deriva comienza precisamente con el asesinato de su amigo y la suplantación de su identidad, algo que hace con destreza, inteligencia y muy pocos escrúpulos, casi como si fuese un talento natural en él. Quizá la identidad, nuestra identidad, eso que somos o creemos ser, actúa como un freno moral; hay cosas que nunca haríamos “porque yo no soy así”; y quizá el psicópata carece de eso, seguramente lo ve como un ridículo lastre. Pero ¿qué pasa cuando huir de nuestra identidad es el único viaje posible porque ser uno mismo no es un freno moral, sino un dolor o un miedo insoportable? Quizá eso es lo que le ocurre al protagonista de El último Elvis, preciosa película de Armando Bo que describe el largo viaje de un hombre hacia el destino soñado: ser Elvis. Aquí no se roba la identidad de alguien, Elvis Presley, quien lleva ya mucho tiempo muerto y es solo una identidad-cáscara; simplemente se ocupa, como se okupa una casa vacía, como se okupan las casas de los ricos, porque ahí sobra espacio. Borges decía de Alonso Quijano: “el hidalgo que quiso ser Don Quijote y al fin lo fue” definiendo así como un logro lo que otros consideran locura. No siempre los sabios del pasado tienen razón. Quizá haya alternativas de libertad a eso de ser uno mismo. Quizá poder ser otro sea también una forma de libertad y no solo un trastorno disociativo.

miércoles, 6 de marzo de 2013

¿Quién es Sugar Man?

Explica David Eagleman en su interesantísimo libro Incógnito que el cerebro se organiza a base de estructuras que muchas veces compiten entre sí y que la principal función de la consciencia o de eso a lo que llamamos “yo” es poner orden, ser una especie de moderador entre impulsos, rasgos de personalidad e incluso identidades varias y cita con frecuencia a Walt Withman: “Soy muchos. Contengo multitudes”. Dice Eagleman que por eso la mente genera automáticamente relatos, que son la única forma que tenemos de experimentar como coherente nuestro caos interno. Estaba terminando el libro cuando vi Sugar Man, el documental sobre Sixto Rodríguez. La historia no puede ser más curiosa. Un cantatutor americano publica un par de álbumes que pasan sin pena ni gloria -a pesar de incluir canciones impresionantes, como Sugar Man- por lo que se olvida de su carrera musical y vuelve a su trabajo de siempre: es obrero y trabaja en demoliciones. Durante los años siguientes y sin que él lo sepa, uno de sus discos llega por casualidad a Sudáfrica en los últimos años del apartheid, donde se convierte en un clásico, un músico imprescindible al que todo el mundo escucha y algunos de sus temas terminan siendo los himnos del movimiento anti-apartheid. Se extiende el bulo de que se suicidó a lo bonzo durante una actuación, lo que explica su desaparición y al mismo tiempo engrandece el mito. Treinta años después de que Rodríguez abandonase la música, su hija, gracias a la magia de internet, se entera de que un grupo de fans sudafricanos están intentando averiguar las verdaderas circunstancias de su muerte, se pone en contacto con ellos y les cuenta que su padre es un señor normal que trabaja en una obra. A partir de ahí nace el documental que cuenta las pesquisas para encontrarlo y la milagrosa “resurrección” del Rodríguez cantante. Es muy emocionante verlo subir a un escenario como si llevase toda la vida siendo una estrella, como si no llevase treinta años levantándose a las 7 para ponerse el mono de trabajo. Es emocionante ver la humilde casa en la que sigue viviendo después de renacer como ídolo musical, la aparente indiferencia con que lleva todos esos cambios, sus paseos solitarios por una Detroit en descomposición. El documental cuenta dos historias: el viaje detectivesco de los fans para encontrar la verdad sobre Rodríguez y el viaje de Rodríguez para encontrar la verdad sobre sí mismo.
Toda narración tiene la estructura de un viaje porque toda narración cuenta un cambio. Esos viajes a veces son físicos y a menudo simbólicos. Todo relato policíaco es un viaje en pos de una verdad. Todo relato iniciático o espiritual es un viaje hacia uno mismo. Nadie lo explicó mejor que Juan Ramón Jiménez: ¡No corras, ve despacio/ que adonde tienes que ir es a ti solo!/ ¡Ve despacio, no corras,/ que el niño de tu yo, recién nacido eterno,/ no te puede seguir!”
Hay todo un negocio de auto ayuda montado sobre la engañosa y facilona máxima “sé tú mismo”, pero ¿cómo ser nosotros mismos cuando somos multitudes? ¿Cuándo se siente más auténtico Sixto Rodríguez, cantando sobre un escenario o tomando una cerveza en el porche de su destartalada casa después de un duro día de trabajo? Seguramente no lo sabe, seguramente intenta enhebrar un relato que integre ambas identidades. Seguramente alberga identidades que no conocemos. El viaje hacia uno mismo no es el viaje hacia una identidad sin fisuras que nos espera en algún punto del futuro, es un relato que nos contamos para tener un mapa con el que orientarnos en los distintos territorios que somos.

lunes, 4 de marzo de 2013

Personas en la niebla

El caso es que la historia del pobre Nim me llevó a revisar Gorilas en la niebla, la película que rodó Michael Apted en el 88 sobre el trabajo de Dian Fossey con los gorilas de montaña. Al principio pensé que se trata en realidad de una historia sobre el tema del intruso. Ya comenté hace mucho este tema hablando de dos películas argentinas, El hombre de al lado y Un cuento chino. En ellas se trataba el tema del intruso desde dos perspectivas: el intruso benefactor y el intruso destructor. Me pareció muy curiosa la forma en que Gorilas en la niebla combina ambos temas. Dian Fossey fue claramente una “intrusa benefactora” para los gorilas de montaña, una especie abocada a la extinción debido a los cazadores furtivos y a encontrarse su hábitat, el parque de Virunga, entre tres estados africanos muy inestables: Uganda, Ruanda, y la República de Congo. Aunque Dian Fossey no descubrió a los gorilas -el parque existe desde los años 30 del siglo XX- sí llamó la atención sobre ellos de forma muy especial. Al principio sólo le guiaba la ambición científica de conocerlos mejor pero para ello tuvo que desarrollar un método novedoso: ser aceptada como uno más de su grupo, o al menos como alguien muy semejante, lo que le permitió compartir con ellos tantos momentos cotidianos que llegó a conocerlos como a individuos y a desarrollar una especial forma de afecto. Fue de las primeras primatólogas que hablaron con conocimiento de causa de que los grandes simios tienen una vida mental. Aunque la caza furtiva se sigue practicando -el último censo de 2012 arroja una población de sólo 880 gorilas vivos- la barbaridad que supone empieza a ser percibida de forma muy diferente por la comunidad científica y por una parte de la opinión pública: cazar a un gorila es mucho más que expoliar un recurso natural, es matar o secuestrar a alguien que siente de forma muy semejante a como sentimos nosotros. Esto no lo sabríamos sin el trabajo de Dian Fossey y de otras primatólogas. Así que para los gorilas y para los que creemos en que no hace falta viajar a otros planetas para encontrar otras formas de vida inteligente, Fossey fue sin duda una intrusa benefactora. Sin embargo ahora tengo mis dudas acerca de que narrativamente entre en esta categoría porque uno de los aspectos interesantes del tema del intruso benefactor es que no llega con una misión, su acción benéfica tiene algo de inconsciente. El intruso benefactor no viene a liberar a nadie, es su “alteridad”, su extrañeza radical, la que nos ayuda a cambiar. Y por otro lado, un aspecto interesante de la película -y de la propia vida de Dian Fossey- es que no esconde la otra perspectiva: que para mucha gente era una intrusa destructora. Fue a menudo cruel y despótica y llegó a ser acusada de utilizar torturas y métodos violentos para intimidar a los furtivos -algunos de ellos niños-. Para ellos y para todos los que indirectamente se beneficiaban de esa práctica su llegada representaba una amenaza y defendieron su territorio con más furia y astucia que los gorilas. Seguramente fueron ellos quienes acabaron con su vida a machetazos un día de Diciembre de 1985. Su revólver estaba a medio cargar y quedaron muchas señales de lucha en la cabaña. Para alguien que dedicó su vida a desmitificar el comportamiento violento de los gorilas, es una muerte paradójica. Así que me inclino más bien por que la historia de esta científica -en principio idónea para una historia de búsqueda de la verdad- se desarrolla como una narrativa de la tarea del héroe. Es curioso cómo la película narra el encuentro al principio con Louis Leakey, el gran arqueólogo, quien encomienda a Dian su primera “misión” y quien incluso la pone a prueba, de forma iniciática: le pide que se opere de apéndice. Leakey, por su fama y por su porte aparece como un hombre poderoso -el "rey" de los relatos del trabajo del héroe- y cumple claramente una función iniciática. Todo en la vida de Fossey adquiere con la perspectiva del tiempo una dimensión heroico/trágica. Y me pregunto si era esa la narración que se contaba a sí misma. En su libro -del mismo título que la película- explica cuando muere Digit, uno de sus gorilas preferidos al que encontró decapitado en la jungla, que su muerte había sido un acto heroico ya que entregó su vida para que su grupo pudiera salvarse. Dian fue enterrada junto a los cuerpos de otros gorilas, muertos de la misma forma, como una guerrera.
Sí es un relato de liberación sin embargo El origen del planeta de los simios. Aunque parezca una frivolidad mencionar esta película junto a la historia anterior me parece que de alguna forma están conectadas. La larga saga de El planeta de los simios ha pasado por muchas vicisitudes y desde luego ha ido decayendo de forma patética pero me parece que la última remonta el vuelo al dar un interesante giro a la historia: el verdadero protagonista es Cesar, un chimpancé extremadamente inteligente que asume la tarea de liberar a sus semejantes de la opresión humana. Cesar es un héroe espartaquista, un esclavo que rompe primero sus propias cadenas y después las de sus iguales y va con ellos a la guerra contra la tiranía. Un crítico americano (Michael Phillips, en el “Chicago Tribune”) escribió certeramente que la película era un desarrollo fantástico de Proyecto Nim. Curioso.
En resumen: una limitación de la mente humana es que no podemos hablar de nada -y mucho menos de alguien parecido a nosotros- sin contar historias que de alguna forma vuelven siempre a hablar de nosotros.

jueves, 21 de febrero de 2013

Historias de autosuperación

Desde el punto de vista narrativo no hay mucha diferencia entre una película de ficción y un documental. Aunque el docu se presenta como “exposición de hechos” y por ello en principio no cumple los requisitos de la narración de una historia, la cultura es tan narrativa que no puede escapar a la fascinación del relato y el documental sobre hechos verídicos hilvana estos con la estructura del mito para darnos algo reconocible, algo que nuestro narrativo cerebro pueda masticar. Fui a ver Projecto Nim con la expectativa de aprender un poco más sobre los atrevidos experimentos que empezaron en los 70 de enseñar a chimpancés el lenguaje de signos para intentar alguna de forma de comunicación con ellos y así hacernos una idea de sus procesos de pensamiento; pero me encontré con una vieja historia, un relato de liberación. Aunque debí habérmelo imaginado, ya que Nim es obra de James Marsh, autor del estupendo relato semidocumental Man on Wire, la historia de Philippe Petit, el funambulista que tendió un cable entre las Torres Gemelas y lo cruzó varias veces. Man on Wire era una historia de autoliberación, un hombre persiguiendo un extraño sueño: vivir en el único sitio donde se siente libre, colgado en el aire, lejos del suelo, sobre un cable de acero. Nim podría haber sido una narrativa de búsqueda de la verdad pero enseguida nos damos cuenta de que es una narrativa de opresión/liberación a medida que los pelos se nos van poniendo de punta al escuchar uno tras otro a sus “cuidadores” y “cuidadoras” y al “científico” Herbert S. Terrace (quien, a lo largo del film, va adquiriendo los rasgos canónicos en muchos relatos del “mad doctor” el científico loco, una especie de moderno Frankenstein). La forma en que proyectan sus sentimientos, carencias y ambiciones en un animal indefenso, aislado de su entorno físico y social natural, al que manipulan a base de recompensas y castigos y a quien integran y alienan sucesivamente en diferentes entornos sociales humanos, nos hace sentirnos avergonzados de nuestra propia especie. (Una pregunta: nuestra esporádica capacidad para sentir vergüenza ¿nos redime como especie de nuestra extrema capacidad de ser crueles?). Cuando los fondos para el experimento se acaban, Nim, quien había compartido infancia y cuidados con los hijos de algunos participantes en el experimento, es vendido sin contemplaciones a un laboratorio biomédico para experimentar con vacunas. Sólo el esfuerzo de uno de sus antiguos cuidadores (quien recuerda que su amistad con Nim fue lo más divertido de su vida “aparte de un concierto de Grateful Dead”) consigue librarlo de esa muerte horrenda. Cuando Nim pasa la última época de su vida en una granja para animales maltratados, su primera cuidadora -que llegó incluso a amamantarlo- se entera de su existencia y va a visitarlo con la ilusión (obvia y patéticamente humana) de que él la reconozca, pero él no da ningún signo de ello. La mujer, obstinada en su idealización de su relación con Nim, se introduce en la jaula sin ninguna consideración invadiendo así el sagrado espacio personal que todos los primates consideramos nuestro y Nim está a punto de matarla. Así, James Marsh presenta a Nim como héroe involuntario y paradójico de un relato de supervivencia cuya moraleja podría decir: “Nim, el chimpancé que consiguió volver a ser un chimpancé a pesar de los esfuerzos de sus enemigos por convertirlo en un muñeco semihumano”.

domingo, 3 de febrero de 2013

El Pí de Pollença


En Pollença, la mañana del 17 de Enero, van a la finca de Ternelles, buscan un pino de más de veinte metros, lo talan, lo desbrozan, lo pelan, lo llevan hasta la Plaça Vella, lo enjabonan, lo clavan en el suelo y, cuando ya está bien sujeto, los mozos intentan trepar por él y coronar la copa, donde hay un saquito con confeti y una cesta con un gallo. Veinte metros son muchos, una casa de cuatro pisos, más o menos. El tronco es muy grueso en la parte baja, solo se puede trepar completamente abrazado a él; lo más fácil son los últimos metros, pero hay que llegar a ellos: y no hay red, ni arnés, ninguna medida de seguridad, ni siquiera la piña humana que formarían los castellers y que podría amortiguar el golpe. En la parte baja se forma un remolino de chicos, todos muy jóvenes, que quieren intentarlo subiéndose unos encima de otros, a veces cooperando entre ellos para salvar los metros más difíciles, a veces estorbándose y pisándose. La plaza está abarrotada de gente que suspira y grita con los fallidos intentos, que duran dos o tres horas. A veces un mozo consigue salvar los primeros metros, llega hasta la mitad, la gente empieza a gritar animándolo a seguir, él se queda inmóvil, abrazado al pino y, en el instante en que afloja los brazos un poco, empieza a deslizarse hacia abajo y la plaza se llena de un gigantesco oooohhhh!!! decepcionado. Ya entrada la noche siempre alguno empieza a subir sin detenerse y, cuando salva los dos tercios del pino, ya casi es seguro que lo consigue y es entonces cuando la plaza estalla de emoción. Al coronar la copa desata el saquito de confeti y derrama sobre la plaza una lluvia de polvo brillante que no vale nada pero se recibe con gritos de alegría, como si un rey magnánimo arrojase oro a puñados. Luego el héroe desciende entre aplausos. Lo encontramos horas después en un bar, rodeado de sus amigos, todavía recibiendo palmadas y abrazos. Volvimos a pasar por la plaza muy tarde, cuando ya no había nadie. Visto desde abajo, el enorme tronco desnudo parecía un larguísimo camino. Fue un placer abrazarse al pino y una sorpresa comprobar que era imposible subir un centímetro. La gran mayoría de los que estábamos en esa plaza no podríamos subir ni un metro; muy pocos pueden llegar hasta la mitad. El esfuerzo está perfectamente calculado para que sea casi imposible conseguirlo pero siempre haya alguien que lo consiga. Genera la alegría de que al menos alguien lo logró; si yo no puedo, que al menos otro pueda porque así, una parte de mí puede sentir que puede, la parte de mí que se identifica con el héroe. Una alegría solidaria y un punto egoísta porque la ritualización de la subida al pino, su puesta en escena, permite esa identificación, ese placer vicario. Por unos segundos todos somos un poco el chico que corona el pino y que al lograrlo nos corona a todos. Tantos años en Mallorca y nunca había visto este increíble espectáculo, la forma más antigua, sencilla y efectiva de narrar el viaje del héroe.

jueves, 23 de agosto de 2012

Once

Vuelvo a escuchar Once, el disco de Markéta Irglová y Glen Hansard que me ha acompañado durante mucho tiempo y vuelvo a preguntarme como otras veces si me gustaría tanto si no lo hubiese escuchado por primera vez viendo la película, en la que ves nacer esas canciones y asistes a las dudas, la mezcla de intuición y toma de decisiones que implica crear algo. Y creo que me gustaría si lo hubiese escuchado sólo como un audio, pero que no me diría tantas cosas. Cuando ví la película, hace unos seis años, leí algo sobre ellos que me hizo pensar que era casi autobiográfica: la historia de un músico callejero que conoce a una chica también música, cómo se hacen amigos y colaboran para sacar un disco con muy pocos medios. Aunque se presentaba como obra de ficción, irradiaba una sensación de realidad, de autenticidad. La película, a pesar de sus aparentes modestas pretensiones, tuvo un éxito rotundo y ganó, entre otros, dos importantes premios: Sundance 2007 y Oscar mejor canción 2007. Por lo visto fue durante la gira de promoción de la película que empezó una historia de amor entre Markéta y Glen, una historia que en la película sólo quedaba insinuada pero se intuía inevitable. La fama que les dieron esos premios tuvo como consecuencia que empezasen a salir de gira casi continuamente. En realidad ya funcionaban antes como grupo, “The swell season”. Y éste es el título del documental que se estrena ahora sobre sus giras, sobre la relación entre ellos, cómo les afecta la fama y cómo termina la relación amorosa para volver a ser de amistad y compromiso musical. En el documental desvelan algunas cosas sobre su vida “auténtica” aunque, desgraciadamente, parecen más interesados en hablar del Oscar y de lo pesado que es ser famoso que de su proceso creativo y esa pretensión de autenticidad plantea algunas preguntas. Cuando ellos “discuten”, normalmente porque Markéta no soporta a los fans o porque no acepta la pérdida de autenticidad que implica la fama (aunque en el momento de decirlo está haciendo una película que la hará aún más famosa) lo hacen delante de la cámara (es decir, delante de un equipo completo de técnicos) por lo que es imposible que sea una “auténtica” discusión aunque es posible que sea la recreación de alguna de las discusiones que han tenido, es decir, es una ficción construida sobre una realidad íntima que no conoceremos pero de la que se nos intenta dar la impresión que la estamos conociendo. Como ocurre en cualquier narración, todo depende de los momentos o de las acciones que se eligen contar y el orden y la forma en que se cuentan, lo que hace que el documental, aunque no sea ficción, tenga poco de real. La extraña impresión que me deja The Swell Season es que el documental que se suponía revelador “vela” más que la historia ficticia, que quizá no lo era tanto. Esto no es una crítica aunque lo parezca, es sólo una reflexión acerca de la imposibilidad del relato auténtico o, mejor dicho, acerca de lo problemático de las nociones de autenticidad o realidad aplicadas a la vida humana.

lunes, 16 de julio de 2012

El buen profesor

Fue un momento curioso elegir las películas que formarán el programa de un cinefórum que se pondrá en marcha el curso que viene sobre cine y educación. Cada profesor llevó sus propuestas y lo primero que me sorprendió fue que había un número elevado de coincidencias. Aunque todas eran pertinentes algunas tenían con la educación una relación sólo indirecta porque su tema central era la infancia, la exclusión social, etc. pero me fijé especialmente en las que recogían la figura del educador. Eran las siguientes: La clase, Hoy empieza todo, Ni uno menos, Profesor Lazhar, La Ola, El pequeño salvaje, El milagro de Anna Sullivan, Ser y tener, Precious, Los chicos del coro...
Otra cosa que me llamó la atención fue la ausencia clamorosa en todas las listas -incluida la mía- de El club de los poetas muertos, película con mucho éxito de público en su día pero que nunca fue bien aceptada ni por los críticos ni por los educadores, que la consideraban tramposa, sentimentaloide y previsible. Y, por razones obvias, nadie pensó en una película que me pareció divertida, aunque todo el mundo la considera una tontería: Escuela de Rock, revisión gamberra de El club de los poetas... en la que un impresentable rockero expulsado de su banda suplanta la identidad del profesor de música de un colegio elitista. Afortunadamente parece que el cine posterior entrega versiones del trabajo educativo más realistas e interesantes, con la excepción de Los chicos del coro, que supongo que se coló en las listas más por ser una película reciente que por sus valores cinematográficos o pedagógicos y que en todo caso para mi gusto queda muy por debajo de El club.... Y, por supuesto, a nadie se le ocurrió incluir los subproductos del cine americano más comercial que, siempre dispuesto a manosear los arquetipos hasta convertirlos en caricaturas, explotó hace años la figura del buen profesor en versión neofascista en películas horrendas en las que el supuesto educador era un o una (Michelle Pfeiffer, sin ir más lejos) ex-marine que tiene que ganarse a una clase de chavales “marginales” y que sólo consigue su respeto una vez les ha demostrado -de forma práctica, por supuesto- sus conocimientos de artes marciales (por lo visto, la única cosa que respetan los chavales marginales). Ahora bien, las que sí aparecen en las listas son más realistas pero sólo en la forma en que un relato puede serlo, porque todo relato está al servicio de uno o varios arquetipos. El “buen profesor” me parece una variante del intruso benefactor ya que en varias de las películas que he comentado, se trata de alguien que viene de fuera y que al principio es mal recibido. Otro de los elementos que conforman el arquetipo es que se trata de alguien poco convencional o que usa métodos poco convencionales, con lo cual siempre vehicula una crítica al sistema educativo. El buen profesor es solitario, no suele tener pareja ni hijos propios, vive en un hotel precario o en un pequeño apartamento con pocas posesiones, situación que acentúa su entrega a la tarea educativa, pero también su existencia un poco marginal, o quizá una dimensión austera y espiritual de su personalidad. Siempre choca con la oposición inicial del sistema educativo pero sobre todo de los alumnos, oposición que constituye su propia “tarea del héroe”. En el caso de Profesor Lazhar es porque viene a sustitutir a una profesora que se ha suicidado en la propia aula, lo que convierte su tarea en casi imposible y, por supuesto, ser un inmigrante argelino en Canadá no lo hace más fácil. Pero el buen profesor no es un héroe en el sentido herculeano aunque el relato pueda derivar hacia ese arquetipo quizá en los ejemplos más extremos como el Jean Itard de El pequeño salvaje que, cuando se enfrentó (porque no se puede usar otro verbo) al caso del niño salvaje del Aveyron era médico, no el pedagogo en que luego se convirtió. O la Ana Sullivan de El milagro... En ambos casos se enfrentan solos a una tarea desesperada que además tiene características monstruosas. En un sentido mítico ambos tienen que ir en busca del ser humano que se esconde tras la apariencia monstruosa de sus “pacientes”, tienen que derrotar al monstruo y salvar a la persona. Aunque ningún pedagogo definiría así su trabajo, creo que es así como míticamente se plantea en esas historias. Pero decía que sólo en esos casos extremos deriva el relato pedagógico hacia la tarea del héroe porque el buen profesor, aunque como persona suele ser descrito como un solitario, como educador pertenece a una hermandad que tiene una misión. Tampoco es un mentor, otra figura arquetípica, porque el mentor tiene un interés más personal, su misión es instruir a su “telémaco” en un oficio o para una tarea específica, quiere que se convierta en un tipo determinado de persona. El buen profesor, sin embargo, sólo aspira a que el otro se convierta en una persona y su tarea tiene así una dimensión espiritual; laica y humilde, pero espiritual. Por eso su forma de vida es austera, casi monacal; sus circunstancias personales insignificantes, como si hubiese renunciado a tener una vida propia; su carácter, inasequible al desaliento y al rechazo, se caracteriza por la perseverancia...y es en esas características tan idealizadas donde se origina la insatisfacción que producen a veces las películas del buen profesor, porque nos resulta difícil reconocer a los profesores reales que tuvimos o tenemos. Y, sin embargo, curiosamente casi todo el mundo recuerda a un buen profesor que, casi, casi, responde al mito.