Historia de crecimiento e iniciación a la manera de La educación sentimental de Flaubert o Las desventuras del joven Werther de Goethe y de toda la tradición del roman d'apprentissage, de los cuales es una puesta al día excepcional, La vida de Adèle nos recuerda, sin en ningún momento hacerlo explícito, sin palabras con mayúsculas o pedantes diálogos, sólo a base de imágenes de una intimidad turbadora, que el crecimiento personal no es algo que se pueda aprender en un cursillo a medida; es algo que nos ocurre a pesar nuestro, es la única forma de seguir a flote.
domingo, 10 de noviembre de 2013
La educación (sentimental) de Adèle.
Historia de crecimiento e iniciación a la manera de La educación sentimental de Flaubert o Las desventuras del joven Werther de Goethe y de toda la tradición del roman d'apprentissage, de los cuales es una puesta al día excepcional, La vida de Adèle nos recuerda, sin en ningún momento hacerlo explícito, sin palabras con mayúsculas o pedantes diálogos, sólo a base de imágenes de una intimidad turbadora, que el crecimiento personal no es algo que se pueda aprender en un cursillo a medida; es algo que nos ocurre a pesar nuestro, es la única forma de seguir a flote.
martes, 5 de noviembre de 2013
El otro, el infiltrado
martes, 23 de julio de 2013
El otro, el mismo
Ya apuntaba en el post anterior que qué queremos
decir con eso de “llegar a ser uno mismo” o “encuéntrate a ti
mismo” es una cuestión interesante y en mi opinión mucho más
confusa y discutible de lo que estamos dispuestos a admitir. No
sé por qué pero siempre me han llamado mucho la atención las
historias que precisamente describen lo contrario: el viaje para
alejarse de uno mismo. En El Impostor,
un documental inglés de 2012 sobre un joven europeo que se hizo
pasar por un adolescente americano que llevaba años secuestrado y
que fue aceptado por la familia sin poner en duda su identidad, el
protagonista dice esta frase impresionante: “Desde que tengo
memoria siempre quise ser otro”. Presenta un aire menos oscuro del
mismo tema la estupenda Atrápame si puedes,
con Leonardo DiCaprio. Ambas historias muestran dos personalidades
con un perfil psicopático. En El Impostor se
roba la personalidad de otro (el niño secuestrado). En Atrápame...se
crea una personalidad nueva (el brillante piloto). Una de las formas
de la psicopatía es robar identidades, como se roban coches o
dinero. Un ejemplo extraordinario de esta narrativa es la serie de
libros que Patricia Highsmith dedicó al personaje de Tom Ripley y
que ha tenido por lo menos dos versiones estupendas en el cine, Duelo
al sol y El talento de
Mr. Ripley. En esa historia y a
lo largo de varias novelas, P. Highsmith describe la evolución de
Tom, un tipo simpático que no duda en llevarse por delante a quien
sea cuando sus intereses se ven amenazados. Su deriva comienza
precisamente con el asesinato de su amigo y la suplantación de su
identidad, algo que hace con destreza, inteligencia y muy pocos
escrúpulos, casi como si fuese un talento natural en él. Quizá la
identidad, nuestra identidad, eso que somos o creemos ser, actúa
como un freno moral; hay cosas que nunca haríamos “porque yo no
soy así”; y quizá el psicópata carece de eso, seguramente lo ve
como un ridículo lastre. Pero ¿qué pasa cuando huir de nuestra
identidad es el único viaje posible porque ser uno mismo no es un
freno moral, sino un dolor o un miedo insoportable? Quizá eso es lo
que le ocurre al protagonista de El último Elvis, preciosa
película de Armando Bo que describe el largo viaje de un hombre
hacia el destino soñado: ser Elvis. Aquí no se roba la identidad de
alguien, Elvis Presley, quien lleva ya mucho tiempo muerto y es solo
una identidad-cáscara; simplemente se ocupa, como se okupa una casa
vacía, como se okupan las casas de los ricos, porque ahí sobra
espacio. Borges decía de Alonso Quijano: “el hidalgo que quiso
ser Don Quijote y al fin lo fue” definiendo así como un logro lo
que otros consideran locura. No siempre los sabios del pasado tienen
razón. Quizá haya alternativas de libertad a eso de ser uno mismo.
Quizá poder ser otro sea también una forma de libertad y no solo un
trastorno disociativo.
miércoles, 6 de marzo de 2013
¿Quién es Sugar Man?
Explica David Eagleman en su
interesantísimo libro Incógnito que
el cerebro se organiza a base de estructuras que muchas veces
compiten entre sí y que la principal función de la consciencia o de
eso a lo que llamamos “yo” es poner orden, ser una especie de
moderador entre impulsos, rasgos de personalidad e incluso
identidades varias y cita con frecuencia a Walt Withman: “Soy
muchos. Contengo multitudes”. Dice Eagleman que por eso la mente genera
automáticamente relatos, que son la única forma que tenemos de
experimentar como coherente nuestro caos interno. Estaba terminando
el libro cuando vi Sugar Man,
el documental sobre Sixto Rodríguez. La historia no puede ser más
curiosa. Un cantatutor americano publica un par de álbumes que pasan
sin pena ni gloria -a pesar de incluir canciones impresionantes, como
Sugar Man- por lo que
se olvida de su carrera musical y vuelve a su trabajo de siempre: es
obrero y trabaja en demoliciones. Durante los años siguientes y sin
que él lo sepa, uno de sus discos llega por casualidad a Sudáfrica
en los últimos años del apartheid,
donde se convierte en un clásico, un músico imprescindible al que
todo el mundo escucha y algunos de sus temas terminan siendo los
himnos del movimiento anti-apartheid. Se
extiende el bulo de que se suicidó a lo bonzo durante una actuación,
lo que explica su desaparición y al mismo tiempo engrandece el mito.
Treinta años después de que Rodríguez abandonase la música, su
hija, gracias a la magia de internet, se entera de que un grupo de
fans sudafricanos están intentando averiguar las verdaderas
circunstancias de su muerte, se pone en contacto con ellos y les
cuenta que su padre es un señor normal que trabaja en una obra. A
partir de ahí nace el documental que cuenta las pesquisas para
encontrarlo y la milagrosa “resurrección” del Rodríguez
cantante. Es muy emocionante verlo subir a un escenario como si
llevase toda la vida siendo una estrella, como si no llevase treinta
años levantándose a las 7 para ponerse el mono de trabajo. Es
emocionante ver la humilde casa en la que sigue viviendo después de
renacer como ídolo musical, la aparente indiferencia con que lleva
todos esos cambios, sus paseos solitarios por una Detroit en
descomposición. El documental cuenta dos historias: el viaje
detectivesco de los fans para encontrar la verdad sobre Rodríguez y
el viaje de Rodríguez para encontrar la verdad sobre sí mismo.
Toda
narración tiene la estructura de un viaje porque toda narración
cuenta un cambio. Esos viajes a veces son físicos y a menudo
simbólicos. Todo relato policíaco es un viaje en pos de una verdad.
Todo relato iniciático o espiritual es un viaje hacia uno mismo.
Nadie lo explicó mejor que Juan Ramón Jiménez: “¡No
corras, ve despacio/ que
adonde tienes que ir es a ti solo!/ ¡Ve despacio, no corras,/ que el
niño de tu yo, recién nacido eterno,/ no te puede seguir!”
Hay
todo un negocio de auto ayuda montado sobre la engañosa y facilona
máxima “sé tú mismo”, pero ¿cómo ser nosotros mismos cuando
somos multitudes? ¿Cuándo se siente más auténtico Sixto
Rodríguez, cantando sobre un escenario o tomando una cerveza en el
porche de su destartalada casa después de un duro día de trabajo?
Seguramente no lo sabe, seguramente intenta enhebrar un relato que
integre ambas identidades. Seguramente alberga identidades que no
conocemos. El viaje hacia uno mismo no es el viaje hacia una
identidad sin fisuras que nos espera en algún punto del futuro, es
un relato que nos contamos para tener un mapa con el que orientarnos
en los distintos territorios que somos.
lunes, 4 de marzo de 2013
Personas en la niebla
El
caso es que la historia del pobre Nim me llevó a revisar Gorilas
en la niebla, la película que
rodó Michael Apted en el 88 sobre el trabajo de Dian Fossey con los
gorilas de montaña. Al principio pensé que se trata en realidad de
una historia sobre el tema del intruso. Ya comenté hace mucho este
tema hablando de dos películas argentinas, El hombre de al
lado y Un cuento
chino. En ellas se trataba el
tema del intruso desde dos perspectivas: el intruso benefactor y el
intruso destructor. Me pareció muy curiosa la forma en que Gorilas
en la niebla combina ambos
temas. Dian Fossey fue claramente una “intrusa benefactora” para
los gorilas de montaña, una especie abocada a la extinción debido a
los cazadores furtivos y a encontrarse su hábitat, el parque de
Virunga, entre tres estados africanos muy inestables: Uganda, Ruanda,
y la República de Congo. Aunque Dian Fossey no descubrió a los
gorilas -el parque existe desde los años 30 del siglo XX- sí llamó
la atención sobre ellos de forma muy especial. Al principio sólo le
guiaba la ambición científica de conocerlos mejor pero para ello
tuvo que desarrollar un método novedoso: ser aceptada como uno más
de su grupo, o al menos como alguien muy semejante, lo que le
permitió compartir con ellos tantos momentos cotidianos que llegó a
conocerlos como a individuos y a desarrollar una especial forma de
afecto. Fue de las primeras primatólogas que hablaron con
conocimiento de causa de que los grandes simios tienen una vida
mental. Aunque la caza furtiva se sigue practicando -el último censo
de 2012 arroja una población de sólo 880 gorilas vivos- la
barbaridad que supone empieza a ser percibida de forma muy diferente
por la comunidad científica y por una parte de la opinión pública:
cazar a un gorila es mucho más que expoliar un recurso natural, es
matar o secuestrar a alguien que siente de forma muy semejante a como
sentimos nosotros. Esto no lo sabríamos sin el trabajo de Dian
Fossey y de otras primatólogas. Así que para los gorilas y para los
que creemos en que no hace falta viajar a otros planetas para
encontrar otras formas de vida inteligente, Fossey fue sin duda una
intrusa benefactora. Sin embargo ahora tengo mis dudas acerca de que
narrativamente entre en esta categoría porque uno de los aspectos
interesantes del tema del intruso benefactor es que no llega con una
misión, su acción benéfica tiene algo de inconsciente. El intruso
benefactor no viene a liberar a nadie, es su “alteridad”, su
extrañeza radical, la que nos ayuda a cambiar. Y por otro lado, un
aspecto interesante de la película -y de la propia vida de Dian
Fossey- es que no esconde la otra perspectiva: que para mucha gente
era una intrusa destructora. Fue a menudo cruel y despótica y llegó
a ser acusada de utilizar torturas y métodos violentos para
intimidar a los furtivos -algunos de ellos niños-. Para ellos y para
todos los que indirectamente se beneficiaban de esa práctica su
llegada representaba una amenaza y defendieron su territorio con más
furia y astucia que los gorilas. Seguramente fueron ellos quienes
acabaron con su vida a machetazos un día de Diciembre de 1985. Su
revólver estaba a medio cargar y quedaron muchas señales de lucha
en la cabaña. Para alguien que dedicó su vida a desmitificar el
comportamiento violento de los gorilas, es una muerte paradójica.
Así que me inclino más bien por que la historia de esta científica -en principio idónea para una historia de búsqueda de la verdad- se desarrolla como una narrativa de la tarea del
héroe. Es curioso cómo la película narra el encuentro al principio
con Louis Leakey, el gran arqueólogo, quien encomienda a Dian su primera “misión” y
quien incluso la pone a prueba, de forma iniciática: le pide que se
opere de apéndice. Leakey, por su fama y por su porte aparece como
un hombre poderoso -el "rey" de los relatos del trabajo del héroe- y
cumple claramente una función iniciática. Todo en la vida de Fossey
adquiere con la perspectiva del tiempo una dimensión
heroico/trágica. Y me pregunto si era esa la narración que se
contaba a sí misma. En su libro -del mismo título que la película-
explica cuando muere Digit, uno de sus gorilas preferidos al que
encontró decapitado en la jungla, que su muerte había sido un acto
heroico ya que entregó su vida para que su grupo pudiera salvarse.
Dian fue enterrada junto a los cuerpos de otros gorilas, muertos de la
misma forma, como una guerrera.
Sí
es un relato de liberación sin embargo El
origen del planeta de los simios.
Aunque parezca una frivolidad mencionar esta película junto a la
historia anterior me parece que de alguna forma están conectadas. La
larga saga de El
planeta de los simios ha
pasado por muchas vicisitudes y desde luego ha ido decayendo de forma
patética pero me parece que la última remonta el vuelo al dar un
interesante giro a la historia: el verdadero protagonista es Cesar,
un chimpancé extremadamente inteligente que asume la tarea de
liberar a sus semejantes de la opresión humana. Cesar es un héroe
espartaquista, un esclavo que rompe primero sus propias cadenas y
después las de sus iguales y va con ellos a la guerra contra la
tiranía. Un crítico americano (Michael
Phillips, en el “Chicago Tribune”) escribió certeramente que la
película era un desarrollo fantástico de Proyecto
Nim.
Curioso.
En
resumen: una limitación de la mente humana es que no podemos hablar
de nada -y mucho menos de alguien parecido a nosotros- sin contar
historias que de alguna forma vuelven siempre a hablar de nosotros.
jueves, 21 de febrero de 2013
Historias de autosuperación
domingo, 3 de febrero de 2013
El Pí de Pollença
En
Pollença, la mañana del 17 de Enero, van a la finca de Ternelles,
buscan un pino de más de veinte metros, lo talan, lo desbrozan, lo
pelan, lo llevan hasta la Plaça Vella, lo enjabonan, lo clavan en el
suelo y, cuando ya está bien sujeto, los mozos intentan trepar por
él y coronar la copa, donde hay un saquito con confeti y una cesta
con un gallo. Veinte metros son muchos, una casa de cuatro pisos, más
o menos. El tronco es muy grueso en la parte baja, solo se puede
trepar completamente abrazado a él; lo más fácil son los últimos
metros, pero hay que llegar a ellos: y no hay red, ni arnés, ninguna
medida de seguridad, ni siquiera la piña humana que formarían los
castellers y que podría
amortiguar el golpe. En la parte baja se forma un remolino de chicos,
todos muy jóvenes, que quieren intentarlo subiéndose unos encima de
otros, a veces cooperando entre ellos para salvar los metros más
difíciles, a veces estorbándose y pisándose. La plaza está
abarrotada de gente que suspira y grita con los fallidos intentos,
que duran dos o tres horas. A veces un mozo consigue salvar los
primeros metros, llega hasta la mitad, la gente empieza a gritar
animándolo a seguir, él se queda inmóvil, abrazado al pino y, en
el instante en que afloja los brazos un poco, empieza a deslizarse
hacia abajo y la plaza se llena de un gigantesco oooohhhh!!!
decepcionado. Ya entrada la noche siempre alguno empieza a subir sin
detenerse y, cuando salva los dos tercios del pino, ya casi es seguro
que lo consigue y es entonces cuando la plaza estalla de emoción. Al
coronar la copa desata el saquito de confeti y derrama sobre la plaza
una lluvia de polvo brillante que no vale nada pero se recibe con
gritos de alegría, como si un rey magnánimo arrojase oro a puñados.
Luego el héroe desciende entre aplausos. Lo encontramos horas
después en un bar, rodeado de sus amigos, todavía recibiendo
palmadas y abrazos. Volvimos a pasar por la plaza muy tarde, cuando
ya no había nadie. Visto desde abajo, el enorme tronco desnudo
parecía un larguísimo camino. Fue un placer abrazarse al pino y una
sorpresa comprobar que era imposible subir un centímetro. La gran
mayoría de los que estábamos en esa plaza no podríamos subir ni un
metro; muy pocos pueden llegar hasta la mitad. El esfuerzo está
perfectamente calculado para que sea casi imposible conseguirlo pero
siempre haya alguien que lo consiga. Genera la alegría de que al
menos alguien lo logró; si yo no puedo, que al menos otro pueda
porque así, una parte de mí puede sentir que puede, la parte de mí
que se identifica con el héroe. Una alegría solidaria y un punto
egoísta porque la ritualización de la subida al pino, su puesta en
escena, permite esa identificación, ese placer vicario. Por unos
segundos todos somos un poco el chico que corona el pino y que al
lograrlo nos corona a todos. Tantos años en Mallorca y nunca había
visto este increíble espectáculo, la forma más antigua, sencilla y
efectiva de narrar el viaje del héroe.
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