viernes, 9 de septiembre de 2011

La piel que habito

las historias relacionadas con la creación suelen transmitir la ambivalencia que sentimos hacia la figura del creador: nos fascina lo que hacen los artistas, pero no soportamos su arrogancia, esa tendencia desmedida a apropiarse -arrogarse-  cosas no materiales (porque cuando son materiales utilizamos directamente el "apropiarse") y le damos un sentido peyorativo, supongo que porque no está muy claro que el artista merezca eso que se arroga. ¿Y qué es? Yo diría que se arroga el derecho a ser diferente, a estar al margen de las convenciones sin perder status, lo cual es mucho. El acto creador extremo sería la creación o la modificación definitiva de otro ser humano y el artista, el pequeño dios que lo intente, demostrará la arrogancia suprema. Creo que el personaje que mejor representa este relato es Prometeo, quien según los relatos más antiguos creó a los hombres a partir de arcilla, pero que es más conocido por la hazaña de robar el fuego a los dioses enfrentándose así a su ira y pagando su atrevimiento con su hígado (como pagamos la mayoría de nuestros excesos). Mary Shelley llamó "el moderno Prometeo" a su Dr. Frankenstein y Almodóvar llama Robert Ledgard al suyo y llama Eva a su obra/víctima. Creo que Almodóvar y Antonio Banderas han conseguido algo notable con este moderno Frankenstein que vive en un cigarral de diseño y que encarna a la perfección toda la arrogancia pero también la rebeldía ante el triste destino humano que debe encarnar todo héroe prometeico. Una pena que un guión apresurado y para mi gusto algo chapucero -como es habitual en Almodóvar con la brillante excepción de Volver- deje al personaje demasiado desdibujado. Según yo lo entiendo, Robert era un cirujano de éxito antes de la muerte de su esposa. Es la tragedia la que hace que desarrolle su obsesión por una piel más que humana y que sienta la tentación de desafiar a los dioses, que nos han hecho al mismo tiempo tan frágiles y tan capaces de imaginarnos sin nuestras limitaciones. Pero hasta la segunda tragedia es solo una tentación, llega hasta el límite sin traspasarlo. Es la segunda tragedia la que desencadena la rebelión contra el destino y le pone en las manos el material que él al principio ve como objeto de venganza y que termina siendo instrumento de rebelión contra el tiempo y contra la injusticia que nos arrebatan todo lo que queremos. Y es una pena también que las reglas del género hagan de él un psicópata.
El otro subtema de la historia, que es la pregunta por la identidad, la lucha de Eva por seguir existiendo bajo esa piel en la que Robert proyecta sus fantasmas, es difícil hablarlo sin desvelar demasiado.

viernes, 19 de agosto de 2011

El hombre de al lado



No deja de ser curioso que sea otra película argentina la que nos trae de nuevo el tema del intruso. La excelente El hombre de al lado propone una visión muy interesante de este viejo tema: Víctor, un hombre primario, vulgar, socarrón, extravertido hasta el exceso, quiere abrir una ventana "sólo para atrapar unos rayitos de ese sol que a vos te sobra" sobre la propiedad de Leonardo, un diseñador sofisticado, moderno, intelectual, que vive nada menos que en la única casa que Le Corbusier construyó en América. La propuesta tiene muchas lecturas, porque hay algo de lucha de clases y algo de duelo de machos, pero lo que más me ha interesado es el tema del triángulo. Entre Leonardo y Víctor se palpa una atracción extraña, cada uno admirando en el otro lo que a él le falta. Cuando Leonardo explica a sus pijísimos amigos la aparición de este intruso y el perjuicio que causa en su vida familiar se lamenta del problema de la ventana pero añade muchos otros detalles que le fascinan del otro, para terminar diciendo que Víctor, indudablemente, tiene swing. Y hasta ese momento se diría que la amistad entre ambos -que Victor busca torpemente- no es una quimera. Pero el tercer vértice del triángulo es la mujer de Leonardo y es por lealtad a ella -o más bien por esa forma de lealtad que se da en las parejas de largo recorrido y que es en realidad una compleja mezcla de amor, costumbre, miedo al cambio, dependencia emocional- que Leonardo se enfrentará a Víctor, quedando este así triangulado sin saberlo. Y los triángulos, ya se sabe, son letales. Borges escribió un cuento, La intrusa, en el que una pobre mujer desata, sin buscarlo, la rivalidad entre dos hermanos. Termina así: "Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla".

jueves, 4 de agosto de 2011

Nosotros y los fantasmas

Volví a ver Más allá de la vida, la estupenda película de Clint Eastwood, en una inesperada sesión al aire libre en el Parc de la Mar. Un sitio extraño para ver una película así. Poco antes de empezar se apagan las luces de la Catedral y a partir de ese momento sus oscuros contrafuertes sobresalen tras la pantalla como una presencia familiar y amenazadora. De vez en cuando grupos de gaviotas cruzan el cielo oscuro y parecen pañuelos blancos o pequeños fantasmas voladores. Arrellanado en mi incómoda silla de plástico, rodeado de gente que habla por el móvil y de niños a los que han traído a ver una película adulta como si fuesen al parque, me sumerjo en esta película hipnótica sobre la muerte, que casi había olvidado y descubro un relato magistral. La historia es engañosamente naïf: George es un hombre solitario cargado con el peso de lo que los otros llaman un don y él llama una maldición: cogiendo las manos de las personas puede saber cosas de los seres queridos que han perdido. Su historia se entrecruza con la de Marie Lelay, una sofisticada periodista francesa superviviente de un tsunami y con la de Marcus, un niño que pasa por el duelo de la muerte de su hermano gemelo. Los relatos sobre la muerte nos fascinan porque buscamos en ellos una respuesta para algo que no la tiene. De la misma forma que los personajes de la película que piden -a veces exigen- que George (Matt Damon) les haga una "lectura", les diga algo y hacia los que es difícil no sentir simpatía. Basta con "algo", una palabras, para hacer más llevadero el vacío. Aunque a veces la película parece dirigirse peligrosamente hacia lo parapsicológico o, aun peor, hacia el melodrama sentimentaloide (Ghost) Clint Eastwood es más inteligente que eso y sabe mantenerse en el filo de una pregunta que no permite respuestas. No sabemos si George se comunica realmente con el más allá o solo con la atormentada mente de los supervivientes, no sabemos si Marie y Marcus tienen un contacto con "el otro lado" o solo lo tienen con su pena; porque la película en realidad va de eso, de la culpa del que sobrevive, del peso terrible de haberse salvado por los pelos, de haber sido elegidos para vivir (al menos un poco más) cuando otros han sido elegidos para morir, va de lo que no tuvimos tiempo de decir o de perdonar. No sabemos qué pasa realmente, si hay un túnel y al final una luz o si simplemente, como dice el cínico amigo de Marie: "se apaga la luz, punto final". El viejo Clint no quiere opinar sobre nada de eso. Solo intenta mostrar la imposibilidad de aceptar el hueco que dejan en el mundo los que se van para siempre. Estamos hechos para la vida, para estar a este lado porque seguramente solo hay un lado ("donde estoy yo no está la muerte, donde está la muerte no estoy yo", dice Epicuro) por eso no sabemos cómo dirigirnos a los muertos y nos ponemos en ridículo igual que al hablar con los niños. Por eso tiene un punto divertido el recorrido que hace Marcus en la película por las respuestas que ofrece en Internet el mercado del más allá. Otros cineastas han transitado ese difícil camino. Los que lo han hecho con autenticidad, pienso ahora en el Almodóvar de Volver o en el Apichatpong Weerasethakul de Tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas y, desde luego, en Clint Eastwood, siempre han tomado el camino de los fantasmas para hablar, en realidad, de lo que nos pasa a los vivos, de lo único que podemos hablar.

miércoles, 27 de julio de 2011

De "Open City", una novela de Teju Cole

"Cada uno tiene, hasta cierto punto, que tomarse a sí mismo como referencia de la normalidad, tiene que suponer que el espacio de su propia mente no es, no puede ser, completamente opaco para sí mismo. Quizá es a esto a lo que llamamos cordura: que, sean cuales sean nuestras auto aceptadas excentricidades, no somos los villanos de nuestras propias historias. En realidad es al contrario: interpretamos, y solo interpretamos al héroe, y en el torbellino de las historias de los otros y hasta donde esas historias nos conciernen, nunca somos menos que heroicos. ¿Quién, en la era de la televisión, no se ha mirado al espejo y ha imaginado su vida como un "show" presenciado por multitudes? ¿Y quién, con eso en mente, no ha puesto en su vida diaria un poco de actuación? Tenemos la capacidad de hacer el bien y el mal y solemos elegir el bien. Cuando elegimos el mal, ni nosotros ni nuestra imaginaria audiencia se perturban, porque somos capaces de ser elocuentes con nosotros mismos y porque, por otras decisiones, hemos merecido su simpatía. Están dispuestos a pensar lo mejor de nosotros, no sin razón. Desde mi punto de vista, pensando sobre la historia de mi vida, incluso sin pretender un sentido de la ética especialmente alto, estoy satisfecho de haberme mantenido cerca del bien."

lunes, 25 de julio de 2011

El pueblo de las almas perdidas

Ayer apareció en El País un brillante artículo del siempre interesante Gustavo Martín-Garzo sobre la necesidad de los cuentos:

http://www.elpais.com/articulo/opinion/pueblo/almas/perdidas/elpepiopi/20110724elpepiopi_12/Tes

no me atrevo a decir una palabra sobre él, hay que leerlo, solo que entre otras muchas cosas habla de un  poema estremecedor de Lezama Lima que se puede leer aquí:

http://www.cubaliteraria.cu/autor/lezama_lima/obras_poesia_06.html

(lo siento, tengo que aprender a añadir links directos, estoy en ello)

domingo, 17 de julio de 2011

"Making Stories", de Jerome Bruner

"Al catedrático de clásicas que se quejaba de la domesticación que había hecho Freud de la leyenda de Edipo no le faltaba razón: al convertir Edipo en una lección, Freud había minado el poder de la obra para crear mundos imaginarios más allá del psicoanálisis. Porque dramas como Edipo Rey, incluso aunque tengan el poder de acabar con la inocencia, no son lecciones sino tentaciones para reconsiderar lo obvio. La gran ficción es subversiva en espíritu, no pedagógica." (Pág. 10)

domingo, 10 de julio de 2011

Win Win, teoría de juegos

La aparición en el blog de sugerentes referencias a The Visitor, la estupenda película de Thomas McCarthy, hizo que fuese a ver Win Win, ganamos todos con la boca hecha agua ante la perspectiva de disfrutar de otra de sus pequeñas joyas (¿por qué llamamos pequeñas a estas grandes joyas?) como la propia The Visitor o la extraordinaria The Station Agent (Vías cruzadas) una de las películas que más me ha emocionado sin que pueda explicar por qué. A pesar de una interpretación genial como siempre de Paul Giamatti y de la composición de Alex Shaffer de un adolescente torturado por su vida familiar (en un personaje que, por cierto, coincide en muchos aspectos con el para mí fallido John Lennon de Nowhere Boy, pero aquí mucho más creíble) la peli no me ha tocado la fibra sensible tanto como las otras dos. Sin embargo encuentro muy interesante el punto de partida. La teoría de juegos es una apasionante convergencia entre las matemáticas, la biología y las ciencias sociales y estudia aquellas situaciones en las que la pérdida o ganancia que obtiene un individuo como resultado de una decisión depende de las decisiones que tomen otros individuos (o sea, la vida misma). Por cierto, eso me recuerda una historia: uno de los fundadores de la teoría de juegos, J.F. Nash, fue muy bien interpretado por Russell Crowe en Una mente maravillosa, una película que me decepcionó, pero eso es otra historia. El caso es que me parece original y sugerente describir la compleja situación familiar y moral que pinta la película con un modelo de la teoría de juegos (el modelo "win win", uno de los modelos de "suma no cero" porque el beneficio de uno no repercute en una pérdida para el otro) porque creo que muchas de las narrativas fundamentales se concibieron para ilustrar de forma intuitiva los distintos modelos de juegos que utilizamos en la vida. Por ejemplo, desde este punto de vista se entiende mejor la universalidad de la fábula de la cigarra y la hormiga. Mi fascinación por la vida bohemia siempre me hizo preferir a la cigarra pero eso es una proyección mía, la fábula no va de vida bohemia versus vida burguesa, sino de egoísmo y altruismo. Y la teoría de juegos ha conseguido explicar ¡con fórmulas matemáticas! uno de los dilemas fundamentales de la biología y de la moral: ¿por qué, siendo los seres vivos básicamente egoístas, el altruismo es tan frecuente? respuesta: la forma más segura de ganar yo es que ganemos todos. La transición de P. Giamatti de un egoísmo ambiguo y culposo a un altruismo inteligente me parece una hermosa historia con fundamento matemático.